Biografía
El
Renacimiento artístico que agitó a Europa durante el siglo XVI repercutió
extrañamente en Alemania. No fue en ella, como en Italia, una tentativa feliz
de resurrección del arte clásico, ni fue, como en Francia y España, una
penetración del arte italiano, sino una renovación intensa del espíritu
germánico, sobre excitado por la Reforma y por el afán de saber, exacerbado en
todo el mundo por aquel tiempo. Durero, que es la representación más elevada
del arte germánico, (incluso por sus escritos), teoriza, como Leonardo, sobre
el arte de la fortificación, sobre las dimensiones y proporción del cuerpo
humano, sobre geometría, arquitectura y pintura.
“No
obstante, otros vendrán, estoy seguro de ello –dice Durero-, que escribirán de estas materias y
pintarán mejor que yo, porque yo conozco el verdadero valor de mis obras y sus
faltas. Pluguiera a Dios que yo pudiese ver las obras y aprender del arte de
los grandes maestros de las generaciones futuras. ¡Oh, cuán a menudo en mis
ensueños he percibido grandes obras de arte y bellísimas cosas, que se han
desvanecido al despertar, perdiendo hasta el recuerdo dulce que en mí dejaron! Que
nadie se avergüence, pues, de aprender, porque una gran obra requiere consejo y
estudio.”
Estos
párrafos son para nosotros una revelación de toda la Alemania de esta época.
Algo semejante diría Leonardo y Miguel ángel, pero ¡con qué otro acento que en
la confesión de Durero!. También
ellos estudian, analizan, critican…, también ellos esperan algo, pero su ideal
de belleza no es un sueño, es la realidad de las cosas vivas; sus maestros no
son los futuros, sino los antiguos, que labraron aquellos mármoles aún
palpitantes que resucitan al abrir el suelo o de entre los escombros de las
ruinas. Como ya hemos dicho, en lo único en que coinciden los grandes espíritus
de Italia y Alemania por este tiempo es el afán de averiguar, en una especie de
emancipación crítica que fue preludio del espíritu científico de nuestros
tiempos.
Pero
en el terreno del Arte, en los países de la reforma el ideal nuevo, como los
ensueños de belleza de Durero, se desvanecía antes de despertar, sin llegar a
precisarse nunca. Sus resultados fueron bien escasos. Encontramos en esta época
de lucha de la reforma las obras de dos o tres pintores verdaderamente
ilustres, pero no aparecerá ni un solo escultor, ni un arquitecto genial.
Mientras en la odiada Roma de los papas, en la Babilonia apocalíptica de los
dibujos de Durero, se levanta la colosal obra de San Pedro y tantas otras iglesias
y palacios maravillosos, en Alemania, agitada por las luchas políticas y
religiosas, apenas en algunos edificios públicos, casas gremiales y palacios
municipales aparecen las formas de una nueva arquitectura.
Y
no es porque la Reforma de Alemania fuese contraria a las cosas del arte. Las
grandes iglesias y las catedrales góticas se conservaron casi intactas. En
muchas ciudades la Reforma se operó gradualmente, lo mismo que en los
espíritus. Todavía hoy resulta difícil precisar si Erasmo, Durero y Holbein
fueron protestantes en el sentido que a esta palabra damos actualmente. Los
resultados y la trascendencia de la Reforma no se hicieron patentes sino hasta
más tarde: los intelectuales alemanes no se daban cuenta de la importancia de
sus actos cuando restablecían la comunión bajo las dos especies y celebraban la
misa en lengua vulgar. La Ruptura con Roma no hubiera sido completa si no
hubiese convenido por razones económicas y políticas. Las tierras del Imperio
estaban disgregadas en pequeñas nacionalidades y repúblicas casi
independientes, y éstas, desatendiendo las graves razones de conciencia que
proclamaban algunos, se conservaban o no adictas a Roma según convenía a su
política en aquel instante. Esto explica cómo un movimiento de tan grandes
consecuencias sociales como la Reforma, resultó casi estéril en el terreno del
arte.
No
hubo una verdadera conversión del
espíritu en la mayoría de las gentes. La Reforma se hacía entre burlas y veras,
sin aquella gran fe y entusiasmo que levantan los corazones; más tarde, con las
guerras de religión, aparecen los grandes caracteres, pero entonces la lucha
impide que haya calma suficiente para la aparición de una nueva escuela artística.
Alberto
Durero era hijo de Nuremberg; con orgullo añadía siempre las palabras nóricus civis al firmar sus cartas y
pinturas. Su padre, notable platero, no
era alemán sino oriundo de Hungría, aunque de ascendencia alemana. “Hombre puro y hábil, pasó su vida en gran labor –escribe el hijo en sus memorias-, no teniendo nada más que el producto de su trabajo, que
apenas era bastante para sostener a su
esposa e hijos. Él me envió a la escuela hasta que supe leer y escribir,
entonces me tomó consigo, para enseñarme su propio arte. Pero yo, estimando más
el arte del pintor que el del platero, se lo comuniqué a mi padre, causándole
pena por el tiempo perdido, hasta que me llevó de aprendiz a Miguel Wohlgemuth,
para que le sirviera tres años. Durante este tiempo Dios me dio diligencia para
aprender, pero tuve que sufrir mucho de sus ayudantes”.
A
la salida del taller de Wohlgemuth, empezó Durero sus viajes por Alemania. Fue
un solitario en su vida interior; contaba con grandes amistades, estaba en
relación con todo el mundo intelectual y artístico de su época, pero en el
fondo de su alma había siempre un calor de sentimientos que nadie se apresuraba
a recoger.
El
burgomaestre Vilibaldo Pirkheimer le anticipó dinero para hacer un viaje a
Venecia. Tenía treinta y cuatro años y estaba en el apogeo de su genio “Lo que me gustaba once antes, no me gusta ahora”, dice en una de sus cartas de
Venecia. En esta ciudad vivió Durero entre la colonia de mercaderes alemanes y
para ellos pintó el altar de su capilla gremial.
“Tengo
entre los italianos buenos amigos –dice-, pero me han recomendado no comer ni beber con los
pintores”. Parece que
estos no consideraban mucho a Durero, por que no imitaba bastante a los
antiguos; “no era antiguo”, decían.
La
mayoría de los retratos de Durero son posteriores a la época de su viaje a
Venecia, y se revela en ellos tan profundo psicólogo como gran pintor.
Demuestra, además, cierto interés mórbido por tipos de personas algo raras, con
ojos alucinados, semihistéricos y visionarios. Son también los personajes que
encontramos en sus trabajos de grabados al agua fuerte. En ellos, Durero se
manifiesta con toda su singular y algo extraviada fantasía. Era un arte que no
exigía de Durero el trato y la relación directa con los compradores, como las
pinturas. Por eso son tan raros sus cuadros al óleo y aun casi todos los asuntos
piadosos, que interpreta todavía con la tradicional manera germánica.
Viajó
a Flandes donde naturalmente admiró las grandes pinturas de los maestros del
siglo XV. Las rarezas que llegaban de América le llenaron de estupor, “Yo nunca he visto en toda mi vida nada que me haya
gustado tanto, porque, además de su arte admirable, quedé sorprendido del sutil
ingenio de las gentes de estos países extraños”. Y en el colmo de su curiosidad
germánica, excitada por estas novedades de América, exclama: “Yo no sé cómo expresar lo que siento respecto de ellos”. Naturalmente. Que a un hombre así,
un gran artista como Durero, que comunique tantos detalles personales de su
vida, los italianos no podían encontrarle bastante
antiguo.
Sus
últimos años los pasó en su casa de Nuremberg, considerado ya como uno de los
personajes más importantes de su época.
Lutero,
al saber de su muerte escribe: “Cristo, en la
plenitud de su sabiduría se le habrá llevado de estos tiempos difíciles, y de
los posiblemente más turbulentos aún que están por venir, para que, quien era
digno de mirar no más que excelencias, no fuese forzado a ver tan viles y
tristes cosas como nos esperan. Dios le te tenga en su paz”.
Este
fue el responso de Alemania a la muerte de su más grande artista. Durero la
representa por su ardiente deseo. Fue un artista genial y popular a la vez: lo
que él sufrió y sintió en la intimidad de su conciencia, el pueblo, que acaso
no lo hubiera entendido en sus cuadros. Lo comprendió por sus series de
grabados. Este interés de Durero por otras actividades intelectuales y su gran
ambición de abarcar todos los reinos del espíritu, se aprecia mejor en los
grabados que en las pinturas.
Historia del arte
José Pijoan
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