Diego Velázquez.
Pintor español. Sevilla 1599– Madrid 1660
Discípulo (por poco tiempo) de Francisco Herrera, el viejo, y
luego, durante cinco años, de Francisco Pacheco, con cuya hija se casó en 1618.
Su estilo inicial se halla muy próximo al de la Escuela sevillana
y se caracteriza por la firmeza de la composición y por el buscado contraste
entre superficies sombrías y zonas violentamente iluminadas, así como por una
evidente preferencia por la figura humana y por los bodegones, temas que suele
combinar en sus cuadros de costumbre; de esta primera época datan asimismo
algunos cuadros de pintura religiosa, en la que siempre se mantuvo dentro del
más absoluto realismo, como datan también algunos retratos, de asombroso vigor
y gran agudeza psicológica
Habiendo demostrado ya su valor y talento, decidió trasladarse a
Madrid y en un segundo intento, en compañía de Pacheco, logró que el monarca,
Felipe IV, posara para él. El éxito de este primer retrato real fue suficiente
para que el pintor recibiera, en 1623, el nombramiento de pintor de cámara.
Gracias a la rica galería pictórica real, y habiendo logrado el
nombramiento de ujier de cámara, pudo apreciar y estudiar el colorido de los
venecianos, la carnadura de los desnudos, la riqueza de los tejidos y, pudo
aprender directamente de Rubens, de paso en Madrid, la importancia de la
fogosidad y los secretos del color fulgurante, nació por ello su interés por la
pintura mitológica, género que abordó con un criterio nuevo, desmitificador y
realista, que hace de Baco y sus seguidores un grupo de campesinos rudos y
sensuales. El realismo y la visión personalísima de los viejos temas son ya
conquistas firmes y propias de este Velázquez que, en 1629, emprendía su primer
viaje a Italia.
La importancia de este viaje en las que si, por una parte, insiste
en su sentido irónico y desmitificador de los dioses del mundo clásico, por
otra parte va adquiriendo, paso a paso, a lo largo de su trabajo, una paleta
más luminosa y un sentido menos táctil de los valores plásticos. En este primer
viaje a Italia pintó dos de sus obras más admirables y sorprendentes no por el
tema en sí –paisajes y jardines-, sino por el tratamiento dado a la luz y al
aire; son las pequeñas vistas de la Villa
Médicis, con razón consideradas clarísimos antecedentes técnicos del
impresionismo que triunfaría en el siglo XIX.
Regresa a Madrid donde pintaría gran cantidad de retratos
desprovistos ya de carácter tradicional, que harían de Velázquez el más grande
retratista de personajes de elevadísima cuna pero también de personajes de
menor nobleza, como lisiados o bufones, o de bellas mujeres. Realiza también
uno de los desnudos femeninos más bellos y sensuales de la historia de la
pintura mundial y, sin duda, el primero de la pintura española.
En su segundo viaje a Italia amplificó, cada vez más, la libertad
de su pincelada; además adquirió sutileza y audacia admirables que iluminan el
color y que confieren a la carne y a las telas una sensualidad nada frecuente.
Así, de nuevo en España (1651), sus méritos le valen el cargo de aposentador de
palacio que, además de venir a sumarse a otros varios, lleva consigo la
supervisión de las obras de arquitectura y de decoración; pese a que este nuevo
honor le roba mucho tiempo a su arte, Velázquez, cuya evolución artística no cuenta
de hecho con telas determinantes, sino que es progresiva a lo largo de todas y
cada una de ellas, pinta no sólo escenas mitológicas, sino algunos de sus más
bellos retratos, los de pinceladas más bellas y apasionadas, los de mayor
impresionismo pictórico, aquellos donde los plateados y los carmesíes se hacen
más lujosos y severos, todos ellos admirables por el realismo y por la sutileza
de expresión que encierran.
Finalmente, entre 1656 y 1660 afrontó y concluyó una de las obras
más importantes de la pintura mundial, Las
meninas, cuyos problemas de luz y perspectiva, resueltos con perfección y
agudeza psicológica admirables, sirven para introducir, materialmente, al que
la mira, en una de las salas del viejo alcázar de Madrid, sala que servía de
estudio al pintor, y para hacerle vivir así, a un tiempo, una escena de taller,
un cuadro de costumbres y un retrato de grupo (en cuyas doce figuras se resumen
las diversas clases sociales, ya retratadas con anterioridad: reyes, damas,
infantes, enanos, servidores de la corte e, incluso, una representación del
mundo animal en la figura del perro situado en primer término derecha, así como
el autorretrato del pintor.
Con Velázquez, muerto el 6 de agosto de 1660, la pintura española
del Siglo de Oro había alcanzado la cumbre.
Diccionario Universal del
Arte – Argos - Vergara
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