jueves, 24 de mayo de 2012

Estética y marxismo


El tema —decía Delacroix— eres tú mismo.
Y el teórico marxista Roger Garaudy, refle­xiona: "Cézanne, pintando tres cebollas so­bre una mesa, nos da un sentido más vivo de la presencia del hombre, de su poder creador, de la grandeza, y por consiguiente de la responsabilidad de su destino, que cincuenta cuadros de Bonnat representando personajes o acontecimientos históricos". Y agrega: "El pintor habla una lengua muerta si se ciñe, para expresar las nuevas reali­dades de nuestro tiempo, a las admirables soluciones técnicas descubiertas por los maestros del Renacimiento para responder a cuestiones de su época". Impecable e impla­cable en su análisis de los términos estrictos del problema, continúa: "Realidad exterior y realidad interior (natural o social) no pueden ser disociadas en el arte. Toda gran obra comporta esos dos componentes; intén­tese separar uno de otro y entonces no que­dará más que un naturalismo fotográfico y pasivo en un polo, y un subjetivismo fantás­tico, incapaz de establecer una comunica­ción humana con el público, en el otro 'Lo exterior —decía Hegel— es la expresión de lo interior', y recíprocamente".
Y para cerrar toda duda en cuanto a la posición teórica del marxismo en torno a la vieja supuesta oposición entre fondo y forma, entre tema y contenido, consideraba: "Veamos un ejemplo para precisar la dis­tinción entre tema y contenido. Los temas de los pintores del Renacimiento eran en su mayoría de índole religiosa, y sin embar­go, sus obras no nos enseñan religión sino humanismo; se desprende de ellas una imagen de la naturaleza y del hombre que su­giere sobre todo la grandeza y la belleza de este último, su condición de dueño y crea­dor del universo, lección pagana y no mís­tica del sentido de la vida. Y esto ocurre en virtud de su mismo arte, por su trata­miento de la perspectiva, que hace del hombre el centro y la medida de todas las cosas, por su ciencia de la anatomía, que exalta el esplendor del cuerpo humano y, por ejemplo, hace de un San Sebastián, un atleta griego, y por su tratamiento del di­bujo y del color, que da al hombre una dignidad musical y poética superior al mun­do creado por él".
Surgió, pues, en la experiencia artística un conflicto de realidades —la "objetiva" y la "interior''— que no se mostraba sólo en la esfera de las artes visuales, y que iba a influir en algo más que en las técnicas de los artistas. En torno a este conflicto, el mismo Garaudy meditará: "Engels definía sagazmente lo que caracteriza la objetivi­dad: “La realidad tal cual es, sin ningún aditamento extraño”. La verdad científica, en efecto, es alcanzada cuando se elimina de nuestra representación de lo real toda huella de subjetividad. Pero esta definición no puede ser trasladada del dominio de la teoría del conocimiento al de la estética. El conocimiento vale por su objetividad, el arte por su humanidad. La realidad cien­tífica permite la ausencia del hombre; la realidad artística, al contrario, exige su presencia. En una frutera de Cézanne no me interesa la presencia de las manzanas, sino la presencia de Cézanne. Lo que dis­tingue fundamentalmente la investigación científica de la creación artística es que, en esta última, el acto creador del hombre no es un medio, sino un fin. Para Marx, el arte es una prolongación del trabajo, una de las formas de “la humanización de la naturaleza”, de la reconstrucción del mundo según un plano humano. Constituye, des­pués del trabajo, uno de los umbrales fran­queados por el hombre en su superación de la animalidad: el animal, escribía Marx, transforma la naturaleza según el nivel y las necesidades de la especie a la cual per­tenece, en tanto que el hombre sabe pro­ducir universalmente, de acuerdo con el nivel de todas las especies, libremente, es decir, 'según las leyes de la belleza' ".
La situación, desde luego, no se caracteriza por estar encuadrada en los límites de la técnica artística, pero, de todos modos, el lenguaje del arte entraba en otra dimensión, era, ya, otro lenguaje. Garaudy lo explica con precisión: "Un pintor que se pretende realista y que pinta como si Cézanne, Pi­casso, Matisse, Kandinsky, Delaunay y otros no hubiesen existido, no es nuestro contem­poráneo; inclusive si tiene cosas admirables que decirnos, no podrá expresarse en un lenguaje capaz de emocionarnos. Resultaría algo así como elogiar el socialismo o la ci­bernética en latín."
                                                            Lorenzo Varela - Centro Editor América Latina

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