jueves, 24 de mayo de 2012

Sartre y el surrealismo


Desde una posición más independiente, y enfrentando ya al movimiento central del arte contemporáneo, Jean Paul Sartre ex­presa:
"… El surrealismo reanuda las tradiciones destructoras del escritor-consumidor. Estos jóvenes burgueses quieren destruir la cul­tura porque se les ha hecho cultos; su ene­migo principal sigue siendo el filisteo de Heine, el Prudhomme de Monnier, el bur­gués de Flaubert; en una palabra, su propio papá. Sólo que las violencias de los años anteriores los han llevado al radicalismo. En tanto que sus predecesores se limitaban a combatir con el consumo la ideología uti­litaria de la burguesía, ellos asimilan más profundamente la búsqueda de lo útil al proyecto humano, o sea, a la vida cons­ciente y voluntaria. La conciencia es bur­guesa, el Yo es burgués… Se trata de ani­quilar ante todo las distinciones tradiciona­les entre vida consciente e inconsciente, entre sueño y vigilia. Esto significa la diso­lución de la subjetividad. En efecto, la sub­jetividad existe cuando reconocemos que nuestros pensamientos, nuestras emociones y nuestras voluntades vienen de nosotros, cuando juzgamos, en el momento en que se nos aparecen, que nos pertenecen y, simul­táneamente, que es sólo probable que el mundo externo se rija por ellas. El surrea­lista se ha puesto a odiar esta humilde certidumbre sobre la cual el estoico funda su moral... Pero el segundo paso del su­rrealista es el de destruir a su vez la obje­tividad… es una operación que no puede intentarse sobre algo realmente existente, ya dado, con su esencia indeformable. Se pro­ducirán, pues, objetos imaginarios, construi­dos de tal modo que autodestruyan su pro­pia objetividad. El esquema elemental de este procedimiento nos lo proporcionan aquellos falsos terrones de azúcar que Duchamp excavaba del mármol y que de repente se revelaban como tan pesados. El visitante que los sopesaba había de experi­mentar en una iluminación fulgurante e ins­tantánea la autodestrucción de la esencia objetiva del azúcar. . . Este mundo, aniqui­lado perpetuamente sin tocar siquiera una semilla entre sus granos o una partícula de sus savias o una pluma de sus pájaros, es puesto, simplemente, entre paréntesis. Los surrealistas, después de haber destruido el mundo y de haberlo conservado milagro­samente mediante su destrucción, pueden abandonarse sin reparo alguno a su amor al mundo ... La sustancia del juego consiste en hallar para sí, una vez más, un nido de águila... Lo que estos hijos de familia quieren dilapidar no es el patrimonio pater­no, sino el mundo entero". Hoy pocos pueden compartir honestamente estas ya un tanto viejas palabras de Sartre. Pero si se piensa en Dalí, parecen revela­doras…
Aun para los más cercanos, para quienes mejor han conocido su evolución, para los que más han investigado y reflexionado so­bre la obra y la vida de este curioso per­sonaje, sigue siendo un misterio cómo pudo desviarse tanto el eje de su personalidad. Incluso antes de haberse volcado al surrea­lismo y haber gozado de los beneficios que proporcionaba el formar parte de un grupo que supo asegurarse una extraordinaria pro­moción internacional desde París, alcanzó entre los entendidos, en plena juventud, el reconocimiento que otros pintores, con tan­tos méritos como los que él tenía entonces, tardaron toda una vida en conseguir. Ya hemos hecho referencia a la repercusión de sus envíos al Salón de Artistas Ibéricos, hacia el año 27. No es necesario recordar la célebre Oda de Lorca a Salvador Dalí, que, sobre todo a partir del asesinato del poeta, logró publicidad universal. De aquella épo­ca son también los recuerdos de Rafael Alberti, aludiendo a su talento fulgurante, a su cautivadora personalidad. Y no cabe duda alguna: tenía excepcionales condiciones de pintor. Alguien de tanta au­toridad moral y técnica como el gran maes­tro uruguayo Torres García, visitó en 1932 a Lorca, en Madrid, y observó que en su casa vio "un soberbio Dalí, de su manera cubista".
Cuando da el salto al surrealismo, uno de los más altos testimonios del arte moderno, Ramón Gómez de la Serna, en el ensayo que dedica al movimiento, reflexiona: "Un español, Salvador Dalí, ha dado un valor pictórico inapreciable e inenarrable al con­tenido surrealista, sacrificando el arte de agradar en que fue maestra la pintura de su primera época. Con Miró —el más San Francisco del movimiento—, ha hecho que despunte el alba de la nueva escuela sobre los horizontes pasmados de las telas.
"Dalí ha dicho: 'Mirar es inventar', y, en su célebre conferencia del Ateneo barcelonés, trazó con rotundidad llena de talento la fresca mañana de la nueva doctrina, anun­ciando de un modo heroico la crisis moral más grave de las épocas." En la conferencia a que alude Ramón, Dalí respondía a quienes juzgaron las inscripcio­nes que puso en uno de sus cuadros, en las que se decía: "Yo escupo a mi madre", co­mo una simple salida de tono, un acto de cinismo, o simplemente la resultante de una mala relación familiar: "Es inútil decir que esa interpretación es falsa y traiciona total­mente el sentido realmente subversivo de dicha inscripción. Se trata, por el contrario, de un conflicto moral de orden muy seme­jante al que se nos plantea cuando en el sueño asesinamos a una persona a quien es­timamos; y éste es un sueño muy extendido. El hecho de que los impulsos subconscien­tes son para nuestra conciencia de una ex­trema crueldad, es una razón más para no dejar de manifestarlos, pues ellos son los amigos de la verdad". Ramón lo veía entonces a Dalí jugándose para siempre en la cara o cruz del arte moderno, y se exaltaba con el significado liberador de la nueva "escuela": "¡Ya la humanidad ha llegado a un tiempo en que no puede ser sólo copiona! ¡Abajo los co­piones y arriba los estilizadoresl"

Jean-Paul Sartre




No hay comentarios:

Publicar un comentario