martes, 28 de agosto de 2012

La Visibilidad del Arte: Magritte a través de Foucault.


Es especialmente lúcido Magritte al investigar el problema de la representación y la esencia del arte.
Él cuestiona la relación entre las imágenes y las cosas basada en la semejanza representativa. Esto se puede ver en su obra La traición de las imágenes. Michel Foucault le dedicó a esta obra un interesante ensayo titulado Esto no es una pipa. Ensayo sobre Magritte, donde aprovecha para reforzar sus teorías sobre la débil ilusión que liga las palabras y las cosas.
Dos versiones de un mismo dibujo de Magritte, Ceci n´est pas une pipe.
La primera versión es ya inquietante y provoca una serie de interrogantes: la relación-contraste de imágenes y palabras en Magritte, el significado de la negación.
Pero la otra versión aún es más desconcertante, porque las pipas son dos, una suspendida en el vacío y la otra inscrita en una tela: los interrogantes se multiplican. En este caso el problema es triple: la palabra “pipe” no es una pipa, la imagen de la pizarra tampoco es una pipa, pero resulta que tampoco lo es esa enorme “idea platónica de pipa” que flota en el aire.
Esta investigación trata de reflejar las dificultades que presenta el conocimiento o el arte entendido como representación.

Si Magritte no hubiera existido nunca,
Foucault habría tenido que inventarlo para justificar su teoría”.

Esta es una de las frases que escribe Guido Almansi en el prólogo de la obra de Michel Foucault  Esto no es un pipa. Y efectivamente, el imaginario creativo de Magritte se convierte para Foucault en la excusa perfecta para refrendar su teoría sobre la débil ilusión que liga las palabras y las cosas. Magritte se convierte para el filósofo francés en el poeta por excelencia: el cazador de similitudes perdidas, pariente cercano del loco que escucha inescuado el ruido analógico de las cosas. Mientras que Magritte pretendía con su trabajo cambiar la percepción precondicionada de la realidad y forzar al observador a hacerse hipersensitivo a su entorno, Foucault intentó mostrar que las ideas básicas que la gente considera verdades permanentes sobre la naturaleza humana y la sociedad cambian a lo largo de la historia. Los dos son especialmente lúcidos al investigar el problema de la representación y la esencia del arte, pero ambos desarrollan sus teorías y pensamientos por separado, por eso cuando Foucault descubre la obra artística de Magritte quedó impresionado al reconocer en aquellos cuadros parte del pensamiento filosófico que él estaba desarrollando en ese momento. Lo que fascina también al filósofo es el entuerto conceptual en el que nos introduce René Magritte en su obra, pero especialmente en las dos versiones de un mismo dibujo de 1929, titulado Ceci n´est pas une pipe. Foucault encuentra en el pintor un revolucionario de la apariencia-significado que él tanto había estudiado y criticado desde el punto de vista lingüístico-social.
Foucault es uno de los pensadores más importante del S.XX. Nacido en Poitiers, Foucault estudió filosofía occidental y psicología en la École Normale Supérieure de París. Durante la década de 1960, encabezó los departamentos de filosofía de las Universidades de Clermont-Ferrand y Vincennes (conocida de forma oficial como Centro Universitario Experimental de Vincennes). En 1970 fue elegido para el puesto académico más prestigioso en Francia, en el Collège de France, con el título de profesor de Historia de los Sistemas de Pensamiento. Durante las décadas de 1970 y 1980, su reputación internacional creció gracias a las numerosas conferencias y cursos que impartió por todo el mundo.
Las principales influencias en el pensamiento de Foucault fueron los filósofos alemanes Friedrich Nietzsche y Martin Heidegger. Nietzsche mantenía que la conducta humana está motivada por una voluntad de poder y que los valores tradicionales habían perdido su antiguo dominio opresivo sobre la sociedad. Heidegger criticó lo que llamó “nuestro actual entendimiento de ser tecnológico”. El pensamiento de Foucault exploró los modelos cambiantes de poder dentro de la sociedad y cómo el poder se relaciona con la persona. Investigó las reglas cambiantes que gobiernan las afirmaciones que pueden ser tomadas de forma seria como verdaderas o falsas en distintos momentos de la historia. Estudió también cómo las prácticas diarias permiten a la gente definir sus identidades y sistematizar el conocimiento; los hechos pueden ser entendidos como productos de la naturaleza, del esfuerzo humano o de Dios. Foucault afirmaba que la concepción de las cosas tiene sus ventajas y sus peligros. El pensamiento de Foucault se desarrolló en tres etapas.
La primera, en Locura y civilización (1960), que escribió mientras era lector en la Universidad de Uppsala, en Suecia, reflejó cómo en el mundo occidental la locura –que alguna vez se pensó infundida por inspiración divina- llegó a ser considerada como enfermedad mental. En esta obra intentó exponer la fuerza creativa de la locura que había sido reprimida tradicionalmente por las sociedades occidentales.
En su segunda etapa escribió Las palabras y las cosas (1966), una de sus obras más importantes.
Por su parte Rene Magritte, nació en Lessines, Bélgica 21 de noviembre de 1898. Tras el suicidio de su madre en 1912 se trasladó a Charleroi, donde estudió el bachillerato y se entusiasmó con las películas de Fantomas. Cursó estudios en la Academia de Bellas Artes de Bruselas. En 1922 se casa con Georgette Berger, una amiga de su juventud, quien le sirve de modelo.
Su primera exposición individual fue en Bruselas en 1927. Al año siguiente participó en la primera exposición colectiva de los surrealistas en Paris, donde frecuentó el círculo surrealista, que incluyó a Jean Arp, André Bretón, Salvador Dalí, Paul Eluard, y Joan Miró. Para entonces Magritte había ya empezado a pintar en el estilo que predominó a lo largo de su larga carrera. Vuelve a Bélgica en 1930.
Expone por primera vez en Nueva York en 1936, alcanzando fama mundial. Recibe el Premio Guggenheim en 1956. Visita Estados Unidos por primera vez en 1965, con ocasión de  una retrospectiva en el museo del arte moderno en Nueva York.
Diestro y meticuloso en su técnica, es notable por obras que contienen una extraordinaria yuxtaposición de objetos comunes en contextos poco corrientes dando así un significado nuevo a las cosas familiares. Esta yuxtaposición se denomina con frecuencia realismo mágico, del que Magritte es el principal exponente artístico. Murió el 15 de agosto de 1967 en Bruselas.

Magritte cuestiona la relación entre las imágenes y las cosas basada en la semejanza representativa. Su obra es más conceptual que la de otros contemporáneos suyos. Mientras que Dalí invoca al subconsciente emocional, Magritte apela a la inteligencia del espectador, buscando siempre la contradicción intelectual o verbal. Por ejemplo, el título de sus obras es también surrealista y raramente se corresponde con el contenido. Respecto a lo anteriormente dicho, Magritte odia la contemplación, quiere que el espectador de su obra sea un sujeto activo, que participe intelectualmente en sus cuadros. Él concibe sus cuadros no sólo para el disfrute de la contemplación estética, él quiere ir más allá, quiere que sean objetos para pensar, pensamientos hechos imágenes, ideas plasmadas con pinceladas, un estudio que nos introduce en el conocimiento metafísico, en definitiva una forma muy diferente y novedosa de vivir el pensamiento, y eso es lo que busca Magritte con su imaginario metafísico surrealista.
Las imágenes de Magritte funcionan como metáforas; son, por tanto, de naturaleza poética. Raramente son inquietantes, pero nunca terroríficas como las de Dalí, Ernest y otros pintores surrealistas. La pintura de Magritte excluye cualquier pathos trágico en aras de la continuidad sin fronteras entre realidad y misterio. Esa condición tiene que ver con la ausencia de cualidades plásticas en los objetos pintados en sus cuadros, representados de forma neutra. Como el dibujo funcional publicitario con que a veces se ganó la vida. Esa opción refuerza el carácter conceptual de la pintura de Magritte, cuya indiferencia ante el objeto artístico esta próxima a los ready-mades de Marcel Duchamp, a pesar de las grandes diferencias aparentes entre la obra de ambos artistas. En esa fría y gris uniformidad de sus cuadros radica todo su poder de sugestión acerca de lo relativo de la presencia y ausencia de las cosas y de los vínculos entre ellas y nosotros, una más cercana a las corrientes conceptuales del arte del S.XX que a las más específicamente pictóricas.
La pintura de Magritte funciona como engaño evidente, más allá de las intenciones en ocasiones pedestremente revolucionarias del artista que descubría simultáneamente un mundo de subversiones conceptuales verbalmente limitado e icónicamente vastísimo.
Esto no es una pipa fue el cuadro más representativo del conflicto del objeto, palabra, la apariencia y la función, y ese fue el cuadro que atrajo la curiosidad de Foucault a la obra de Magritte. De dicha curiosidad nació el ensayo Esto no es una pipa de Foucault sobre Magritte. En este texto el filósofo francés intenta descifrar el acertijo trazado por el pintor belga e indagar en las diferentes vías que la enigmática pintura de Magritte propone. Se encuentra así, un lugar para la comprensión dentro de la esquizofrenia de significados que supone una representación artística de un pensamiento, o toda representación, sin más. Un pulso entre lo pictórico y lo lingüístico, entre el artista y el receptor-pensador, entre apariencia-representación y significado.
Foucault para desenredar y profundizar en el mundo poético de Magritte tomó como referencia una obra muy concreta del pintor, y esa misma obra dará titulo al ensayo del filósofo, Ceci n´est pas une pipe. Un interesante ensayo que en común con su conocida obra Las palabras y las cosas, pone de manifiesto las complejas relaciones existentes entre lenguaje y pensamiento y la manera en que ambos se estructuran.
El libro cuenta con un maravilloso prefacio de Guido Almansi (1931-2001), seguido del ensayo de Foucault que se articula en seis epígrafes: “Dos pipas”, “El caligrama desecho”, “Klee, Kandinski, Magritte”, “El sordo trabajo de las palabras”, “Los siete sellos de la afirmación” y “Pintar no es afirmar”. La publicación concluye con dos cartas de René Magritte al filósofo fechadas ambas en 1966 –siete años antes de la 1ª edición del ensayo-. En esas dos cartas podemos apreciar las buenas relaciones existentes entre el pintor y el filósofo.
En la primera de ellas, Magritte explica al filósofo francés la diferencia de significado entre las palabras Semejanza y Similitud, recrimina a los diccionarios porque no son capaces de discernir tal diferencia, y él mismo explica la diferencia entre estas palabras: “Las cosas” no tienen entre sí semejanzas, tienen o no similitudes. “Los guisantes entre sí tienen relaciones de similitud, a la vez visibles (su color, forma, su dimensión) e invisibles (su naturaleza, su sabor, su peso).
 Para Magritte ser semejante pertenece al pensamiento. Por tanto la semejanza es invisible del mismo modo que lo son el placer o la pena, pero la pintura entraña una dificultad ya que existe el pensamiento que ve y que puede ser descrito visiblemente:Las Meninas son la imagen visible del pensamiento invisible de Velásquez”. En dicha disertación acaba afirmando que no hay por qué conceder más importancia a lo invisible que a lo visible, y viceversa, ya que lo visible puede ser ocultado, pero que lo que es invisible no oculta nada. Al final de la carta le dice al filósofo que le envía unas reproducciones de sus cuadros para que le dé su opinión, entre esos cuadros se encuentra Esto no es una pipa. Foucault nos priva de poder disfrutar de su contestación a esta carta, y su opinión sobre las reproducciones que le envía Magritte.
Pero en la segunda carta que envía Magritte al filósofo francés podemos intuir algunas cosas: Magritte en la segunda carta contesta a una pregunta de Foucault sobre su cuadro Perspectiva. Le Balcon de Manet. En esta obra Magritte reproduce una obra de Manet pero con una ligera diferencia, las figuras humanas que aparecen en el cuadro de Manet han sido sustituidas por ataúdes. La escena, por el contrario, es la misma. Objetos inertes ocupan el lugar de lo que en un pasado fueron seres vivos. La seda y las gasas se han convertido en madera de pino, en el símbolo de una muerte inevitable. Magritte responde magistralmente a la pregunta formulada por Foucault: “…lo que me ha hecho ver ataúdes allí donde Manet veía figuras blancas es la imagen mostrada por mi cuadro, donde el decorado del “Balcon” era adecuado para situar allí ataúdes”.
El “mecanismo” desempeñado aquí puede ser objeto de una explicación científica de la que me veo incapaz. Esta explicación podría ser válida, incluso cierta, pero no por ellos dejaría de ser un misterio. Además en esta carta el pintor elogia en concreto un ensayo del filósofo, Las palabras y las cosas, y finaliza diciéndole que estaría encantado de poder saludarle en su próxima exposición pictórica en París a finales de año (1966).
La unión de estos dos pensadores es lógica a la vez que extraña, dos personas que se dedican al pensamiento desde dos corrientes distintas pero que llegan a conclusiones muy parecidas, tal vez les una a ambos el significado “perpetuo” de las cosas. Pero ellos después de sus investigaciones, vieron que el significado de las cosas no es perpetuo, cambia, evoluciona, se modifica, como casi todo, ya nos lo dijo Heráclito, todo es cambiante, nada es permanente. Tal vez lo único que permanece es su estructura, las letras, pero el significado que envuelve las letras, Magritte y Foucalt sabían que cambia casi imperceptible. Así que cuando Foucault vio el cuadro de Magritte, se quedó desconcertado. Tenía aquel dibujo tan simple como él mismo dice en su libro: “El dibujo de Magritte (por el momento no hablo más que de la primera versión) es tan simple como una página sacada de un manual de botánica”, cuál era el enigma que inquietaba al  filósofo, algo había en ese cuadro que alteraba su razón. Lo que le extrañaba no era la “contradicción” entre la imagen y el cuadro, la razón era que tan sólo podía haber contradicción entre dos enunciados, o en el interior de un solo y mismo enunciado.
Foucault solo veía uno, y dijo que no era contradictorio puesto que el sujeto de la proposición es un simple demostrativo. ¿Entonces?¿Dónde residía la inquietud de este caligrama según él? La conclusión fue que lo desconcertante del cuadro es que resulta inevitable relacionar el texto con el dibujo, a lo cual nos invitan el demostrativo, el sentido de la palabra pipa, el parecido con la imagen, y que es imposible definir el plan que permita decir que la aserción es verdadera, falsa, contradictoria.

Nunca la representación de la vida es lo mismo que la vida. Ni los datos son los hechos, ni los mapas, el paisaje, la ciudad, la tierra misma. Decimos mientras mostramos la foto de mamá que ahí esta mamá, pero sin mentir no decimos la verdad.
Necesitamos de datos, de mapas, de imágenes. Requerimos referencias para poder organizar nuestra mente, incluso para organizar lo que no se puede organizar, los sentimientos. Incluso también utilizamos esas referencias que he nombrado anteriormente para definir lo que somos, para delimitar lo que nos falta… Avanzamos con frecuencia en plena oscuridad como los seres que habitaban la caverna platónica, pero como ellos sólo nos damos cuenta de la ausencia cuando por fin lo oculto se ilumina y de nuevo ponemos forma a la cosa. ¿Cuánto nos queda entonces por recorrer, por nombrar, tal vez –y sobre todo– por sentir? Hay veces que decimos: la vida me pertenece. O ¿no será que somos cada cual quienes pertenecemos a la vida?
Esto no es una pipa, pintó Magritte. Lo tituló La traición de las imágenes, una traición, que como la pipa, sólo es su representación.

Celia Usó Espinosa





Elementos morfológicos en la obra de Rene Magritte - La textura visual


        En Memory of a Voyage  apreciamos la textura visual. La textura visual está presente en aquellas texturas impresas que se parecen a la realidad, como en la arena, en las piedras o en las rocas. En este caso, tenemos representadas dos figuras: una manzana y una pera, pero no con su típica forma, si no con una textura rocosa, en la cual podemos apreciar una especie de rugosidades en la superficie de las figuras que nos muestran la textura de la imagen.

Elementos morfológicos en la obra de Rene Magritte - La línea


             En cuanto a la línea, Magritte dibuja una línea segura, limpia, casi simple, con formas sencillas en aras de la libertad y la expresividad del pensamiento. En esta obra suya podemos observar una serie de líneas formada por dos elementos: por una parte una pierna, y por la otra un brazo. Se aprecia bastante movimiento en cada figura ya que, aunque están compuestas por los mismos elementos, cada una de ellas representa un movimiento diferente.

Elementos morfológicos en la obra de Rene Magritte - La forma



En La Belle Société, pintada por el artista poco antes de morir, podemos ver un ejemplo de forma. En ella, el autor superpone dos siluetas de un mismo personaje pero sustituye la imagen de un hombre por contornos que contienen motivos naturales y paisajísticos; una vegetación tupida, y delante, un perfil idéntico de playa y horizonte. En todas las obras de Magritte la forma es un elemento desconcertante, ya que son siluetas incoherentes.

Elementos morfológicos en la obra de Rene Magritte - El color


En esta segunda imagen identificamos el elemento morfológico del color. El color, para Magritte, viene impuesto por las relaciones de cercanía que establece la luz entre colores contiguos. Si analizamos todas las obras de Magritte, llegamos a la conclusión de que abusa de las tonalidades frías, y en especial del azul. El azul nos hace sentir relajados y tranquilos, pero también nos transmite sensación de tristeza y melancolía, por lo que, el hecho de que la obra de Magritte este repleta de tonalidades azules nos indica los sentimientos de Magritte.


Elementos morfológicos en la obra de Rene Magritte - El punto


          El mundo de Rene Magritte es un mundo de paradojas relacionadas con la percepción, con la experiencia visual, con la representación, con las imágenes de las cosas, con la relación entre las cosas y sus nombres y con las ambigüedades a que todo esto puede dar lugar. Fue un pintor surrealista y en sus obras se puede apreciar claramente cada elemento morfológico.



En esta imagen podemos observar el elemento morfológico del punto. Por un lado, la manzana destaca por ser la única figura delimitada, ya que el fondo de la imagen es un tanto confusa y solo identificamos a la manzana. También identificamos una especie de cortinas azules, pero están en su segundo plano y, por lo tanto, no es lo primero que vemos al observar la imagen. Por otro lado, también destaca notablemente por su color, no por el hecho de ser verde sobre azul, si no por el hecho de que todo en la imagen es azul, excepto la manzana.

LA CONTINUA VISIBILIDAD DE LO INVISIBLE

La firma en blanco


  Los niños juegan en el cementerio. Es de día. Desde el cielo llega la energía del sol. Tras mover unas puertas de hierro, los chicos descienden a las criptas. Se divierten. Gritan. Corren. Suben una escalera. Tras la ascendente amabilidad de los peldaños, los niños recuperan la superficie. Recuperan la luz. Antes, no veían las figuras iluminadas por el día. Lo visible era lo velado. Al recuperar el afuera recobran lo antes oculto. Y entonces los niños se encuentran con un pintor. El artista pinta en una calle flanqueada por columnas semiderruidas, que se alzan entre cúmulos de hojas caídas.
La salida del no ver hacia lo que siempre está allí en un despojado mostrarse es una actitud constante en el arte de Magritte. Actitud que es simbolizada, de manera profética, por sus andanzas infantiles. Los juegos del pintor belga en el cementerio prefiguraban su futuro oficio: darle visibilidad artística a lo visible muchas veces no percibido. Una acción que debe ser pensada en su exacta significación. En el arte surrealista de Magritte, el destino del pincel no es expresar algo anteriormente velado. No puede exteriorizarse lo escondido o replegado sobre sí, porque no hay nada oculto. Todo está ahí, mostrándose. La realidad no se recluye en cámaras subterráneas, en trasfondos disimulados, en reversos imperceptibles. Lo real es lo que existe en un continuo mostrarse. La apariencia no oculta la esencia. La esencia siempre aparece. Esta intuición de lo real como manifestación constante fosforecía ya en Hegel o Holderlin. Hegel cultivaba la inconmovible creencia: la esencia del ser, que es pensamiento, Idea, Espíritu Absoluto, se manifiesta por el concepto. La verdad es un progresivo automanifestarse de la Idea, de lo real que, en su conocimiento pleno, es el sujeto absoluto que se muestra y sabe totalmente a sí mismo. La realidad no existe ya realizada en la eternidad. Su primer estado es una universalidad vacía. Un infinito sin contenidos. En su vaciedad originaria palpita la potencialidad de lo que debe ser, la prefiguración de un necesario desarrollo ulterior que lleva al ser de lo vacío indeterminado, lo en sí, hacia lo pleno y consumado, lo para sí, lo concreto. En la semilla ya late la futura planta. Para que el ser realice sus posibilidades necesita de un tiempo, de un proceso de realización. La realidad se hace a sí misma y progresa mediante el trabajo negativo del espíritu, mediante las fuerzas de la negación dialéctica que conserva lo anterior y lo sitúa en un plano más elevado de desarrollo. En Hegel, la totalidad se autorrealiza a través de la temporalidad dialéctica del autodesarrollo. En su devenir autorrealizador lo real se hace cada vez más consciente de sí. La Idea deviene concepto, totalidad autoconciente que se muestra plenamente a sí misma. El ser, así, se automanifiesta. No quedan resquicios ocultos, hendiduras sofocadas por algún enigma irrebasable. No hay oscuridad reacia a la transparencia. No hay lugar que no sea visto o pensado por el pensamiento.
    Lo invisible es sólo un estado de insuficiente percepción de lo visible. Para Magritte lo oculto sólo existe en la superposición de los objetos que vibran ante el ojo. Una cosa se yuxtapone con otra. Así una cosa oculta a la otra. La ocultación es sólo la circunstancial superposición de las cosas. En la yuxtaposición entre los objetos brota la invisibilidad como carencia o deficiencia, como un no ver lo que está ahí mostrándose. Esta idea vive en la imagen de Magritte: La gran guerra. Una mujer vestida de blanco sostiene un paraguas. Sobre ella, fulge un cielo despejado, de vehemente azul. Detrás, cabrillea la líquida textura del mar. El rostro de la mujer es ocultado por un ramo de violetas. El rostro sigue siendo una delicada combinación de líneas. El rostro no se repliega sobre sí. Está abierto hacia el espacio. Pero un ramo de flores lo oculta. Lo velado deja de ser algo visible. Circunstancialmente, otro algo lo oculta. Lo invisible es así la suspensión de lo visible. No su contrario. Por lo que "lo visible puede ser ocultado, pero lo invisible no oculta nada; puede ser conocido o ignorado, nada más". Lo oculto no es invisible. Es visibilidad suspendida. Lo invisible, a su vez, al ser lo visible suspendido "no oculta nada", no encumbre un espacio sustraído a todo acto de visión. Este proceso no lo entiende el ojo. Sólo lo comprende el pensamiento.
 A propósito puntualmente de La gran guerra, Magritte asegura que "cada cosa que vemos cubre otra, y nos gustaría mucho ver lo que nos oculta lo visible". Lo que oculta lo visible no es lo invisible sino algo visible. La producción de invisibilidad mediante la superposición de objetos se reitera en Firma en Blanco (1965). Aquí, una mujer cabalga sobre un ágil caballo. La jinete oculta un árbol, y el árbol la oculta a su vez a ella. "Pero nuestro intelecto comprende ambas cosas, lo visible y lo invisible. Mi propósito es hacer visible el pensamiento" (5). El pensamiento sabe que un objeto oculta a otro. Pero lo ocultado no es en sí mismo invisible porque sigue estando allí. Mostrándose. Lo invisible es sólo visibilidad obturada. Detrás del objeto que se superpone, sigue brillando la visibilidad obliterada de otro objeto, de un paisaje, un rostro. Si viéramos a través del objeto que oculta, veríamos lo visible que sigue estando presente. El ojo no puede ver a través de la solidez de un objeto. Pero sí el pensar. Por eso, Magritte pinta el pensamiento. Un pensamiento que ve a través de las cosas, lo que se muestra más allá del ocultamiento de las superposiciones. Así ocurre en El bello mundo (1962). Dos cortinas cubren un cielo tapizado por blancas nubes. La cortina del centro, de mayor prominencia, es transparente. Y muestra el cielo y las nubes. En Magritte el objeto como superficie que oculta da lugar a la transparencia que devuelve a la visibilidad lo antes ocultado. La transparencia del objeto, la transparencia objetual, es ilusión. No se puede verse a través de una cosa. Pero esta ilusión nos devuelve una realidad antes visible tras su ocultamiento. El efecto de  trompe-l'oeil amplia el campo de lo real como estado de continua visibilidad. La transparencia objetual se repite en La condición humana. Un caballete de pulcra y rectilínea madera descansa frente a una arqueada abertura en una pared. Más allá se propaga el cielo, el mar y una solitaria y uniforme playa amarillenta. El lienzo que descansa sobre el caballete se confunde con el entorno, lo transparenta. La transparencia hace visible lo que está detrás. Magritte no pinta así una visibilidad física. Pinta una visibilidad pensada. Este proceso acontece también en Calcomanía. A la izquierda se muestra la silueta negra de una figura humana; a la derecha, se comprimen los pliegues de un manto rojo sobre cuya superficie se superpone la misma silueta de la izquierda, pero en estado de transparencia, y levemente alterada por un manto rojo que cae de un hombro. Nuevo ejercicio de una transparencia objetual, de la figura transparente que deja ver el cielo y la playa. Detenerse en el efecto incorpóreo de la translúcida silueta no es, a nuestro entender, la cuestión esencial. Lo principal es el pasaje del cuerpo ocultante a la corporalidad o el objeto que transparenta o hace visible lo antes obturado. 
   En La gran familia (1963), el efecto de transparencia coexiste con la disolución de la certeza sobre lo que contiene y lo contenido. Un gran pájaro despliega sus alas en el típico cielo nuboso de Magritte. No sabemos con precisión si el cielo adquiere la forma de pájaro, o si el ave asume la forma celeste. En medio de esta indeterminación, la trasparencia se potencia en un doble movimiento posible: el ave transparente hace visible el perdurable cielo detrás de su cuerpo, o el cielo se transparenta a sí mismo tras su forma de pájaro. 
  La manifestación de lo visible como atributo pleno de la realidad ocurre en el  El espejo falso (1965). Un ojo nos mira. Pero aquí, la retina no es expresión del brillo de una mirada individual. La superficie del ojo muestra lo visto por ese ojo. Vemos así lo que sólo esos ojos podrían ver en un momento particular. De nuevo lo importante es un procedimiento que hace ver lo que de otro modo permanecería oculto.
   La misión del pintor, y por extensión del arte en general, sería devolvernos la misteriosa visibilidad de la cosa. Así, el pensamiento sabe que el espacio está "constituido exclusivamente de figuras visibles". 
   Magritte piensa desde un pensamiento que necesita unir el concepto con la imagen de las cosas. Aquí nos hallamos en las antípodas de un pensar puro sin objeto. Del pensar parmenídeo de la pura razón que sólo se ve a sí mismo en la abstracción de conceptos ajenos al bello temblor de las cosas físicas. El pensamiento que necesita de la imagen cumple un sueño romántico: la compenetración de la sensación y el concepto, la imaginación y el intelecto. El pensar a través de la imagen en Magritte sería así continuación del camino de la síntesis romántica de Schiller, del francfurtiano Marcuse, del heideggeriano comprender la producción de un mundo a través de los zapatos pintados por Van Gogh; o incluso del primer programa del idealismo alemán.
  La imagen no elimina el pensamiento. Por el contrario, lo realiza. El pensamiento que se consuma mediante lo visual es lo que acontece en Las meninas de Velázquez. Así lo entiende Foucault en su interpretación de la obra máxima del genio sevillano en el comienzo de las palabras y las cosas.

 PRESENTACIÓN

René Magritte nació en 1898 en Lessines, Bélgica, y murio en 1967. Su genio ejerció una innegable influencia en el horizonte artístico del siglo XX. Su estética posee una fuerte impronta surrealista. Pero su aporte a la corriente iniciada por André Breton tuvo rasgos propios. Magritte intentó despertar la atención respecto a las cosas visibles y su relación con la invisibilidad. Las cosas no son únicamente lo que está allí; son también vehículos o instrumentos de una acción pensante. El pensamiento, según Magritte se nutre de imágenes o más exactamente la imagen es lo que hace visible el pensamiento. El hacer visible lo invisible es la gran misión de la creación artística. En este item de Galerías de arte en Temakel, nos acercamos a Magritte para explorar y subrayar ese vínculo entre imagen y pensamiento. Por eso, en el ensayo que sigue a continuación se destaca el vínculo entre la obra del artista belga y las filosofías de Foucault y Hegel. Foucault se interesó vivamente por el Magrtite que funda relaciones no de semejanza o representación sino de similitudes entre los objetos y las imágenes. En este contexto analiza el célebre cuadro que nos presenta la imagen de una pipa acompañado por una aclaración al pie: "esto no es una pipa". El vínculo con Foucault se extiende también a su análisis de Las Meninas de Velázquez y las observaciones de Magritte sobre este análisis a través de una carta de respuesta al envío de un ejemplar de Las palabras y las cosas. La relación con Hegel se relaciona con la creencia de que lo real siempre se manifiesta plenamente. No existe diferencia entre la apariencia (lo visible) y la esencia (lo irreductiblemente oculto). Lo real siempre se muestra, deviene fenómeno. Y lo invisible no tiene existencia en sí, sino que nace de su relación con lo visible. La invisibilidad es efecto de la superposición de los objetos. Luego del ensayo, encontrarán una galería que presenta varias de las obras esenciales del maestro del pensamiento visible.

Esteban Ierardo

El bello mundo


El falso espejo

Calcomanía


La condición humana

La gran familia

La gran guerra

Magritte – El espacio compositivo


En esta página analizaremos detenidamente como René Magritte trata en tres de sus obras el espacio compositivo. Siempre fiel a su peculiar visión del arte, Magritte juega con el espacio a su antojo, creando obras sublimes.

La voz de los vientos es una composición cerrada dentro de un espacio compositivo abierto.
Se trata de un espacio compositivo bueno, porque los límites del paisaje no terminan donde lo hacen los bordes del cuadro. Sin embargo, se trata de una composición cerrada porque los cascabeles tienen una disposición en el plano concreta y bien estudiada, de manera que si modificásemos los ejes estructurales de la composición, los cascabeles ya no estarían justo en el centro y el cuadro no causarían el mismo impacto.
En esta obra, el paisaje constituye un fondo neutro en el cual los cascabeles destacan, ya que son los protagonistas de esta obra. Además el fondo no tiene carácter comunicativo, tan sólo es un mero soporte que pone de manifiesto una situación imposible: unos cascabeles flotando en el aire.
El formato empleado se conoce con el nombre de formato vertical o retrato.
El formato vertical nos invita a realizar un recorrido ascendente por la composición. Cuando contemplamos  el cuadro por primera vez, esta lectura nos ayuda a darnos cuenta de que hay unos cascabeles gigantes flotando en medio del cielo.
Este tipo de formato se conoce con el nombre de retrato porque es perfecto para aislar o encuadrar a la persona ú objeto, en este caso, en el cual queremos focalizar la atención del observador y así, transmitir la sensación de particularidad.
Este formato y tratamiento del espacio son bastante comunes en las obras de Magritte. De esta forma, consigue descolocar al observador y hacerlo reflexionar sobre lo que él considera realidad.

El falso espejo se trata de una composición cerrada por dos razones. En primer lugar, porque todo lo importante está dentro del cuadro. Es decir, está claro que ese ojo se encuentra acompañado por otro ojo, una nariz, una boca… pero en esta composición esos elementos no son relevantes y lejos de aportar algo, lo único que harían es restarle intensidad al ojo, el cual, por voluntad del autor, es la esencia de la composición.
En segundo lugar, el iris y la pupila se encuentran justo en el centro de la obra, de manera que si modificásemos los ejes estructurales de este cuadro, perdería fuerza y en parte, sentido, porque como dije antes el ojo es el protagonista absoluto de la composición.
El iris del ojo contiene un reflejo de lo que se ve. Así el ojo deja de ser un reflejo del alma, para serlo del mundo exterior. El cielo nublado que en él se refleja, constituye un espacio abierto, incluso podría decirse ilimitado, pues fácilmente nos podemos imaginar un cielo de nubes sin fin.
Por todo esto se trata de una composición cerrada dentro de un espacio comunicativo abierto. Este es un tipo de comunicación bastante común en la pintura, pero en este cuadro es tratado de una forma innovadora por Magritte.
Una de las características de esta composición es la importancia de encuadrar solamente el ojo y, como los ojos son apaisados, este es el tipo de formato que Magritte emplea para realizar El espejo falso. El formato apaisado otorga a l cuadro una gran estabilidad y además facilita un análisis lateral y en profundidad de lo que estamos viendo. Esta sensación de estabilidad, de realidad es muy importante en esta obra porque entre la oposición de realidad e irrealidad es donde surge la tensión del cuadro.

La tierra de Miracles, al igual que el espejo falso, se trata de una composición abierta dentro de un espacio compositivo cerrado.
Sucede algo parecido a la obra anterior. En primer lugar, se trata de una composición cerrada porque hay ciertos elementos, como es el caso de la maceta o de la luna, que se encuentran situadas justo en el centro de la obra.
Por otro lado, no parece haber nada que nos interese fuera de los bordes de la composición, todo lo relevante está dentro.
En cambio, el paisaje que se ve en el centro constituye un espacio compositivo abierto, cuyos límites no se encuentran en el cuadro, sino más allá de lo que la composición nos permite abarcar con la mirada. La obra se apoya en la idea de que ese paisaje se extiende más allá de lo que el seto que lo rodea nos deja ver.
El formato empleado en este caso es el vertical, lo que nos permite hacer una lectura de arriba abajo de la composición. Esto nos permite apreciar mejor cada uno de los elementos que conforman la obra y al mismo tiempo refuerza la sensación de encuadre, de que se trata de un espacio compositivo cerrado.
Lo más impactante de este cuadro es que no se sabe cuál es el fondo y cuál es la forma, pues ambos poseen elementos compositivos con una gran fuerza, ambos tienen carácter comunicativo y ambos emplean tonos muy semejantes. Esto otorga ritmo a la composición pues nuestra mirada no deja de saltar del paisaje a los bordes y delos bordes al paisaje, y que no podemos dejar de buscar el sentido del cuadro, aunque seamos conscientes que su magia reside en esta característica. El formato vertical también contribuye a este dinamismo.

En conclusión, Magritte es un artista realmente peculiar que ha logrado cautivar a muchas personas con sus misteriosos cuadros y sus extrañas relaciones.

La voz de los vientos, 1928

El falso espejo, 1935

La tierra de Miracles, 1964

René Magritte: 1898 / 1967






Magritte nació en la pequeña localidad belga de Lessines, en la región del Hainaut, pero su infancia transcurrió en distintos lugares a los que fue trasladándose la familia. Su padre era sastre y su madre, que de soltera había ejercido como modista y sombrerera, se suicidó en 1912 arrojándose al Sambre en Chatelet. Los ecos del suicidio materno pueden percibirse todavía en algunos cuadros de finales de los años veinte -La historia central (1927), Los amantes (1928)-, en los que aparecen figuras con la cabeza cubierta por una tela evocando la imagen del cadaver de la madre, que fue rescatado del río con la camisa cubrién­dole el rostro. La familia se traslada al año siguiente a Gharleroi, en cuya feria conoce a Georgette Berger. No volverá a verla hasta 1920, pero será para casarse en 1922 y no vol­ver a separarse.

MAGIA Y PINTURA

El propio Magritte contó en algu­na ocasión cómo durante un verano de su infancia solía jugar con una niña en un cementerio cuyas criptas sombrías explora­ban juntos. A la salida, la imagen de un pintor en la vecina alame­da le sugería vagamente la idea de la pintura como un elemento mágico, cargado de poder de revelación. Sus primeros pasos como pintor se dan, sin embar­go, en la Academia de Bellas Artes de Bruselas, en la que emprende estudios en 1916. Gomo tantos otros pintores de la época, se inicia bajo la influencia de los impresionistas, aunque pronto le causa gran efecto la obra de los futuristas italianos y, muy especialmente, la de Gior-gio de Ghirico. A principios de los años veinte Magritte se gana la vida diseñando papeles pinta­dos para la casa Peeters-Laeroix y haciendo dibujos publicitarios; al mismo tiempo, entra en con­tacto con los distintos personajes que, junto con él, formarán el núcleo surrealista belga: Pierre Bourgeois, E.L.T. Mesens, Gami-le Goemans, Marcel Lecomte, Paul Nougé, André Souris.

EL SURREALISMO EN PARIS

A mediados de esa década, Magritte ya ha decidido renun­ciar a la complacencia de la pintura tradicional con los con­trastes de color y las opciones de estilo para representar escuetamente los objetos según su fría apariencia. Las relacio­nes insospechadas entre ellos como fuente de efectos poéticos constituirán en adelante la columna vertebral de su obra, de la que no se apartará a lo largo de toda su carrera. En 1927, fecha de su primera exposición individual en la galería El Centauro, de Bruse­las, estos principios están ya asentados y Magritte y su mujer se instalan durante tres años en Perreux-sur-Marne, cerca de París. Allí, por medio de Goe­mans, que ha abierto una gale­ría en París, entra en contacto con André Bretón y el grupo surrealista. Con ellos -Max Ernst, Jean Arp, Miró, Dalí-expone en la Exposición Surrea­lista de 1928, celebrada en la galería de su amigo Goemans y mantiene estrechos vínculos. Participa en todas las actividades importantes del grupo y colabora en La Revolución Surrealista, cuyo último número incluye su texto Las palabras y las imáge­nes, auténtico manifiesto del ide­ario pictórico de Magritte.

UN CAMINO RECTO

La relación con Bretón y los surrealistas fue constante hasta su muerte, aunque no estuvo exenta de tensiones y distancia-mientos. Magritte mantuvo, no obstante, su propia independen­cia, siempre fiel a su idea de la pintura. La coherencia de esta posición es tal que no resulta fácil hablar de evolución o dis­tinguir etapas en su producción, que expresa en todo momento su concepción artística sin ape­nas fisuras o inflexiones apre-ciables. Instalado de nuevo en Bruselas en 1930, su contacto con el grupo de París se traduce en colaboraciones como La vio­lación, obra realizada en 1934 para la cubierta de ¿Qué es el surrealismo?, de Bretón o la portada para el número diez de Minotauro, en 1937. Un año antes se celebra su primera exposición en Nueva York y par­ticipa en distintas exposiciones surrealistas internacionales. La Segunda Guerra Mundial sig­nifica un cierto punto muerto en su carrera ascendente. Al térmi­no de la misma ingresa en el Partido Comunista de Bélgica, donde ya había militado dos veces en la década anterior, pero las posiciones reaccionarias del partido en materia artística lo apartan pronto de él. A la vez que prosigue su obra pictórica, reemprende el activismo surrea­lista con manifiestos y panfletos en los que sigue colaborando con los viejos compañeros del grupo surrealista belga, como Nougé, Scutenaire o Marién. En 1943 y 1948 se registran los dos únicos atisbos de ruptura en el desarrollo de su obra. Son los conocidos por periodo Renoir y periodo vaché o grosero; el pri­mero lo integran unos cuantos cuadros realizados en un estilo matérico y pictoricista, muy cercanos al estilo de los desnu­dos femeninos de Renoir en los últimos años de su carrera; el segundo lo constituyen unas veinticinco obras pintadas de forma elemental, a grandes bro­chazos y despreciando la pulida y fría factura habitual. Apenas se trata, sin embargo, de un paréntesis, y enseguida vuelve Magritte al inconfundible estilo que hace reconocibles sus telas desde finales de los años veinte.

IMÁGENES RECURRENTES

La década de los cincuenta está marcada por distintos encargos de pintura mural y decorativa, como el techo del Teatro Real de las Galerías de Bruselas o las paredes de la sala de juego del casino de Knokke-le-Zoute, don­de expone con Paul Delvaux en 1952. La gran retrospectiva del Palacio de Bellas Artes de Bruse­las, dos años más tarde, lo consa­gra como el pintor moderno más importante de Bélgica. Sigue pin­tando y colaborando en revistas y, desde 1957, rueda algunos cortometrajes en los que actúan Georgette y sus amigos. Hasta su muerte en 1967 las exposiciones internacionales se multiplican, incluyendo una retrospectiva en el Museo de Arte Moderno de Nueva York. Las imágenes recu­rrentes de su obra figuran, sin duda, entre las más característi­cas de todo el arte moderno.

René Magritte. VEGAP, Madrid 1994
Globus Comunicación
Director: Jose María Faerna García-Bermejo
Redacción: Melania Rebull Trudel

RENÉ MAGRITTE - SURREALISMO


EL SURREALISMO DE MAGRITTE

En Diciembre de 1929, dos años después de enrolarse en las filas del grupo surrealista de París, Magritte publicaba en La Revolución Surrealista su principal contribución a la revista que servía de órgano de expresión al grupo. Se trataba de un recuadro que, bajo el título Las palabras y las imá­genes, recogía dieciocho pequeñas viñetas comentadas por breves textos axiomáticos. Así, "un objeto no cumple jamás la misma función que su nombre o su imagen" se ilustra con un caballo, su efigie pinta­da en un cuadro y un persona­je diciendo la palabra "caballo; "un objeto no guarda tan estre­cha relación con su nombre que no se pueda encontrar otro que le convenga mejor", está seguido del dibujo de una hoja y la palabra "cañón" ; una mujer diciendo "el sol" se glosa con la frase "una palabra puede sustituir a un objeto en la reali­dad", y así sucesivamente.



REALIDAD Y POESIA

Este sencillo manifiesto da idea cabal de la naturaleza de toda la pintura de Rene Magritte. Sería un error pensar que se trata tan sólo de ilustrar o demostrar una teoría previa, o como a veces se ha dicho con afán denigra torio, de una pintura literaria. La obra de Magritte se funda en la conciencia de que las relacio­nes entre los objetos, sus nom­bres y sus significados y funcio­nes son mucho más débiles de lo que la certidumbre de la rutina hace creer. Su propuesta pictórica es sugerir orga­nizaciones distintas de la reali­dad cuyo valor esencial sea de carácter poético. En ese senti­do, es una pintura conceptual, ajena a los valores propios de la tradición pictórica, como el color, la textura o los contras­tes de luz y sombra. El objetivo de Magritte es un arte revela­dor y crítico, que impugne el orden establecido y consagrado de la realidad como condición necesaria para la liberación del espíritu; un objetivo ple­namente identificado con el programa del surrealismo, aunque su diferencia con los planteamientos de otros pro­tagonistas del mismo movi­miento es también notable.

EL REVÉS DE LA TRAMA

Como en otros muchos casos, la andadura surrealista de Magritte comienza antes de su contacto en París con el grupo de André Bretón, que no se pro­duce hasta 1927. La influencia definitiva para el pintor belga es la obra de Chirico, que conoce a principios de los años veinte. El núcleo parisino está consti­tuido sobre todo por escritores -Bretón, Aragón, Eluard, Artaud-, y su argumento cen­tral es el de la escritura auto­mática que libera el mundo del sueño y el deseo. La pintura surrealista sigue como puede el camino señalado por los poetas, escogiendo para ello vías dife­rentes. La principal dificultad radica en las limitadas posibili­dades que los procedimientos automáticos ofrecen a los artis­tas plásticos; por eso la mayo­ría de los pintores los abando­nan de forma más o menos explícita. Sin embargo, casi todos permanecieron fieles al inconsciente freudiano como cantera principal de su activi­dad. Esa es la singularidad de Magritte respecto a los demás pintores surrealistas: los sue­ños y los deseos no son el ori­gen de su pintura, fruto de una operación intelectual que bus­ca realidades insólitas en el revés de la trama de la realidad cotidiana. Quizá por eso su relación con Bretón -que es como decir con el surrealismo canónico- fue siempre tenue; constante, sin llegar nunca a la ruptura plena, pero distante.

JUEGOS CONCEPTUALES

La pintura de Magritte utiliza, por lo tanto, objetos familiares para el espectador representados "según sus detalles aparen­tes" -es decir, de forma objeti­va- entre los que se establecen relaciones desconcertantes. Ese giro se produce por meca­nismos diversos, que pueden ir desde la simple descontextuali-zación -bosques formados por bolos o balaustres de madera, cascabeles que flotan en el aire- a la asociación conflictiva -un rostro formado por un tor­so femenino desnudo, con los senos por ojos y el sexo por boca- o paradójica -nubes que se cuelan por las puertas abier­tas, paisajes pintados que se confunden con el paisaje real que representan-. A lo largo del tiempo Magritte irá pulien­do y complicando cada vez más ese juego conceptual, sacándole todo el jugo posible a las asociaciones que se esta­blecen entre los objetos por contigüidad y analogía, como en el lenguaje de la publicidad. A la combinación insólita de imágenes comunes se irán aña­diendo los objetos que se transforman en otra cosa con la que guardan algún tipo de relación, bien sea por cercanía o por oposición, de forma que una manzana o un disco solar pueden ocupar el lugar de la cabeza ausente de un persona­je, o una hoja sostener pájaros en sus nervios como si de las ramas de un árbol se tratara.

IMAGEN Y METÁFORA

Las imágenes de Magritte fun­cionan como metáforas; son, por tanto, de naturaleza poéti­ca. Raramente son inquietan­tes, pero nunca terroríficas como las de Dalí, Ernst y otros pintores surrealistas. La pintura de Magritte excluye cualquier pathos trágico en aras de la continuidad sin fronteras entre realidad y misterio. Esa condi­ción tiene que ver con la ausen­cia de cualidades plásticas en los objetos pintados en sus cua­dros, representados de forma neutra, como en el dibujo fun­cional y publicitario con que a veces se ganó la vida. Esa opción refuerza el carácter con­ceptual de la pintura de Magrit­te, cuya indiferencia ante el objeto artístico está próxima a los ready-mades de Marcel Duchamp, a pesar de las gran­des diferencias aparentes entre la obra de ambos artistas. En esa fría y gris uniformidad de sus cuadros radica todo su poder de sugestión acerca de lo relativo de la presencia y ausen­cia de las cosas y de los víncu­los entre ellas y nosotros, una estrategia intelectual mucho más cercana a las corrientes conceptuales del arte del siglo veinte que a las más específicamente pictóricas.