lunes, 27 de agosto de 2012

EL PERÍODO RENOIR - René Magritte

En dos ocasiones Magritte introdujo un giro significativo en su manera de pintar, como quien revuelve con un palo las aguas calmas de un estanque introduciendo así síntomas de perturbación. La primera es en 1943, techa en la que realiza unos pocos cuadros en los que la factura prieta, neutra y objetiva es sustituida por imágenes resta­llantes de color, construidas con la pincelada suelta y matérica de los cuadros de Renoir en su últi­ma etapa. El aparato retórico es el mismo, lo que cambia son los criterios con los que las imáge­nes pasan al lienzo. Es impor­tante tener en cuenta que esta opción por motivos alegres y celebradores de la vida se da en plena Segunda Guerra Mundial, en contraste con una realidad más bien sombría. Es como si el pintor sometiera su obra a una prueba de fuerza, mostrando que también sobre ese tipo de figuración es posible encontrarle el revés de la trama al universo que nos rodea. Una vez satisfecho el objetivo, Magritte vuelve a los procedimientos habituales, que sólo abandonará brevemente en algunas obras de 1948, en lo que se conoce como período vache.


La sonrisa, 1944
Magritte parece recrear la impresión que le produjo en su infancia la visión de un pintor a la plena luz del verano, junto a un cementerio cuyas criptas solía visitar en compañía de una niña.



El primer día, 1943
Quizá la más cercana de estas obras a los cuadros que pintó Renoir al final de su vida en les Colettes. La idea del placer y la plenitud domina la escena, sin renunciar por ello al efecto poético de la bailarina justo en el lugar del sexo del violinista, que ya había ensayado antes en La primavera eterna.

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