martes, 28 de agosto de 2012

René Magritte: 1898 / 1967






Magritte nació en la pequeña localidad belga de Lessines, en la región del Hainaut, pero su infancia transcurrió en distintos lugares a los que fue trasladándose la familia. Su padre era sastre y su madre, que de soltera había ejercido como modista y sombrerera, se suicidó en 1912 arrojándose al Sambre en Chatelet. Los ecos del suicidio materno pueden percibirse todavía en algunos cuadros de finales de los años veinte -La historia central (1927), Los amantes (1928)-, en los que aparecen figuras con la cabeza cubierta por una tela evocando la imagen del cadaver de la madre, que fue rescatado del río con la camisa cubrién­dole el rostro. La familia se traslada al año siguiente a Gharleroi, en cuya feria conoce a Georgette Berger. No volverá a verla hasta 1920, pero será para casarse en 1922 y no vol­ver a separarse.

MAGIA Y PINTURA

El propio Magritte contó en algu­na ocasión cómo durante un verano de su infancia solía jugar con una niña en un cementerio cuyas criptas sombrías explora­ban juntos. A la salida, la imagen de un pintor en la vecina alame­da le sugería vagamente la idea de la pintura como un elemento mágico, cargado de poder de revelación. Sus primeros pasos como pintor se dan, sin embar­go, en la Academia de Bellas Artes de Bruselas, en la que emprende estudios en 1916. Gomo tantos otros pintores de la época, se inicia bajo la influencia de los impresionistas, aunque pronto le causa gran efecto la obra de los futuristas italianos y, muy especialmente, la de Gior-gio de Ghirico. A principios de los años veinte Magritte se gana la vida diseñando papeles pinta­dos para la casa Peeters-Laeroix y haciendo dibujos publicitarios; al mismo tiempo, entra en con­tacto con los distintos personajes que, junto con él, formarán el núcleo surrealista belga: Pierre Bourgeois, E.L.T. Mesens, Gami-le Goemans, Marcel Lecomte, Paul Nougé, André Souris.

EL SURREALISMO EN PARIS

A mediados de esa década, Magritte ya ha decidido renun­ciar a la complacencia de la pintura tradicional con los con­trastes de color y las opciones de estilo para representar escuetamente los objetos según su fría apariencia. Las relacio­nes insospechadas entre ellos como fuente de efectos poéticos constituirán en adelante la columna vertebral de su obra, de la que no se apartará a lo largo de toda su carrera. En 1927, fecha de su primera exposición individual en la galería El Centauro, de Bruse­las, estos principios están ya asentados y Magritte y su mujer se instalan durante tres años en Perreux-sur-Marne, cerca de París. Allí, por medio de Goe­mans, que ha abierto una gale­ría en París, entra en contacto con André Bretón y el grupo surrealista. Con ellos -Max Ernst, Jean Arp, Miró, Dalí-expone en la Exposición Surrea­lista de 1928, celebrada en la galería de su amigo Goemans y mantiene estrechos vínculos. Participa en todas las actividades importantes del grupo y colabora en La Revolución Surrealista, cuyo último número incluye su texto Las palabras y las imáge­nes, auténtico manifiesto del ide­ario pictórico de Magritte.

UN CAMINO RECTO

La relación con Bretón y los surrealistas fue constante hasta su muerte, aunque no estuvo exenta de tensiones y distancia-mientos. Magritte mantuvo, no obstante, su propia independen­cia, siempre fiel a su idea de la pintura. La coherencia de esta posición es tal que no resulta fácil hablar de evolución o dis­tinguir etapas en su producción, que expresa en todo momento su concepción artística sin ape­nas fisuras o inflexiones apre-ciables. Instalado de nuevo en Bruselas en 1930, su contacto con el grupo de París se traduce en colaboraciones como La vio­lación, obra realizada en 1934 para la cubierta de ¿Qué es el surrealismo?, de Bretón o la portada para el número diez de Minotauro, en 1937. Un año antes se celebra su primera exposición en Nueva York y par­ticipa en distintas exposiciones surrealistas internacionales. La Segunda Guerra Mundial sig­nifica un cierto punto muerto en su carrera ascendente. Al térmi­no de la misma ingresa en el Partido Comunista de Bélgica, donde ya había militado dos veces en la década anterior, pero las posiciones reaccionarias del partido en materia artística lo apartan pronto de él. A la vez que prosigue su obra pictórica, reemprende el activismo surrea­lista con manifiestos y panfletos en los que sigue colaborando con los viejos compañeros del grupo surrealista belga, como Nougé, Scutenaire o Marién. En 1943 y 1948 se registran los dos únicos atisbos de ruptura en el desarrollo de su obra. Son los conocidos por periodo Renoir y periodo vaché o grosero; el pri­mero lo integran unos cuantos cuadros realizados en un estilo matérico y pictoricista, muy cercanos al estilo de los desnu­dos femeninos de Renoir en los últimos años de su carrera; el segundo lo constituyen unas veinticinco obras pintadas de forma elemental, a grandes bro­chazos y despreciando la pulida y fría factura habitual. Apenas se trata, sin embargo, de un paréntesis, y enseguida vuelve Magritte al inconfundible estilo que hace reconocibles sus telas desde finales de los años veinte.

IMÁGENES RECURRENTES

La década de los cincuenta está marcada por distintos encargos de pintura mural y decorativa, como el techo del Teatro Real de las Galerías de Bruselas o las paredes de la sala de juego del casino de Knokke-le-Zoute, don­de expone con Paul Delvaux en 1952. La gran retrospectiva del Palacio de Bellas Artes de Bruse­las, dos años más tarde, lo consa­gra como el pintor moderno más importante de Bélgica. Sigue pin­tando y colaborando en revistas y, desde 1957, rueda algunos cortometrajes en los que actúan Georgette y sus amigos. Hasta su muerte en 1967 las exposiciones internacionales se multiplican, incluyendo una retrospectiva en el Museo de Arte Moderno de Nueva York. Las imágenes recu­rrentes de su obra figuran, sin duda, entre las más característi­cas de todo el arte moderno.

René Magritte. VEGAP, Madrid 1994
Globus Comunicación
Director: Jose María Faerna García-Bermejo
Redacción: Melania Rebull Trudel

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