lunes, 13 de agosto de 2012

Kandinsky, o la devastación de la materia


El siglo XX se ha constituido en un Parnaso para los conspiradores de la realidad. En las artes, en la pintura y la literatura particularmente, los vetustos principios del siglo pasado, miméticos de lo real, han sido desestimados en la búsqueda pertinaz por desautomatizar la percepción. Sabido es que todo canon del arte –por revolucionario que hay sido su germen- termina por habituar los sentidos, hurtando sensibilidad a los espectadores.
A comienzos de este siglo, crispados por la experiencia de la modernidad, los poetas de vanguardia levantan una bandera contra la razón. Es preciso dotar a las letras de un sentido nuevo, que confronte la lógica positiva, esa certeza del conocimiento fundado en lo tangible. Sólo es posible alcanzar el Absoluto por el camino inverso: el azar, cuya fabricación en lo real resulta arbitraria pero otorga al espíritu la cuota propicia de emociones. Emociones reñidas con la representación especular del universo, emociones que reclaman una ruptura con los espacios materiales.
Paralelamente en la pintura, las semillas del arte abstracto comienzan a esparcirse. Vassily Kandinsky, pintor ruso nacido en Moscú en 1866, emprende por esos tiempos la revolución pictórica que lo constituiría en un precursor indiscutido de la pintura efusionista, lírica y neoimpresionista.
Obstinado por el deseo de una evolución espiritual en la pintura y, por extensión, en todas las artes, proclama y ejercita un abandono progresivo del mundo visible. La pintura figurativa, meramente emuladora de lo real, se presenta como prisión para el artista que obedece la ley de necesidad interior. No pueden existir fórmulas para el arte, únicamente es posible saciar los dictámenes del deseo interior. El espíritu es el rector que legitima los trazados en el lienzo. Sin su facultad, toda obra estará inanimada eternamente “como un niño muerto antes de ver la luz”.
El presente texto, escrito en 1910 pero también publicado en 1912 en Munich, concentra toda la poética de Kandinsky. Poética que hace alianza con el discurso filosófico, ya que para este pintor no existía disociación entre los asuntos humanos y los asuntos artísticos: la evolución del arte reclama una revolución espiritual en el hombre.
Haciendo eje en la ley de necesidad interior, Kandinsky analiza en el texto el estado del arte y sus potencias latentes, y teje filiaciones entre el discurso pictórico y el musical principalmente. Capturado por la noción de espiritualidad que compromete a la música –arte inmaterial por excelencia- construye un paralelo que intenta y logra socavar los andamiajes de la pintura figurativa. Los objetos se diluyen convertidos en meros soportes de los colores.
El texto se gesta a un tiempo como síntesis y programa de trabajo, ya que no será sino hasta el período final de su obra que acontezca la eliminación total del mundo perceptible.
Munidos de un lirismo sonoro, loe entes cromáticos le permiten perpetrar, cosidos en un anillo que alberga al infinito, la devastación de la materia que tanto ha escandalizado a los abogados de la razón.

Carlos Alberto Samonta

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