El
tema —decía Delacroix— eres tú mismo.
Y
el teórico marxista Roger Garaudy, reflexiona: "Cézanne, pintando tres
cebollas sobre una mesa, nos da un sentido más vivo de la presencia del
hombre, de su poder creador, de la grandeza, y por consiguiente de la
responsabilidad de su destino, que cincuenta cuadros de Bonnat representando
personajes o acontecimientos históricos". Y agrega: "El pintor habla
una lengua muerta si se ciñe, para expresar las nuevas realidades de nuestro
tiempo, a las admirables soluciones técnicas descubiertas por los maestros del
Renacimiento para responder a cuestiones de su época". Impecable e implacable
en su análisis de los términos estrictos del problema, continúa: "Realidad
exterior y realidad interior (natural o social) no pueden ser disociadas
en el arte. Toda gran obra comporta esos dos componentes; inténtese separar
uno de otro y entonces no quedará más que un naturalismo fotográfico y pasivo
en un polo, y un subjetivismo fantástico, incapaz de establecer una comunicación
humana con el público, en el otro 'Lo exterior —decía Hegel— es la expresión
de lo interior', y recíprocamente".
Y para cerrar toda duda en cuanto a la
posición teórica del marxismo en torno a la vieja supuesta oposición entre fondo
y forma, entre tema y contenido, consideraba: "Veamos un ejemplo para
precisar la distinción entre tema y contenido. Los temas de
los pintores del Renacimiento eran en su mayoría de índole religiosa, y sin
embargo, sus obras no nos enseñan religión sino humanismo; se desprende de
ellas una imagen de la naturaleza y del hombre que sugiere sobre
todo la grandeza y la belleza de este último, su condición de dueño y creador
del universo, lección pagana y no mística del sentido de la vida. Y esto ocurre
en virtud de su mismo arte, por su tratamiento de la perspectiva, que hace del
hombre el centro y la medida de todas las cosas, por su ciencia de la anatomía,
que exalta el esplendor del cuerpo humano y, por ejemplo, hace de un San
Sebastián, un atleta griego, y por su tratamiento del dibujo y del color, que
da al hombre una dignidad musical y poética superior al mundo creado por
él".
Surgió,
pues, en la experiencia artística un conflicto de realidades —la "objetiva" y la
"interior''— que no se mostraba sólo en la esfera de las artes visuales, y
que iba a influir en algo más que en las técnicas de los artistas. En torno a
este conflicto, el mismo Garaudy meditará:
"Engels definía sagazmente lo que caracteriza la objetividad: “La
realidad tal cual es, sin ningún aditamento extraño”. La verdad científica, en
efecto, es alcanzada cuando se elimina de nuestra representación de lo real
toda huella de subjetividad. Pero esta definición no puede ser trasladada del
dominio de la teoría del conocimiento al de la estética. El conocimiento vale
por su objetividad, el arte por su humanidad. La realidad científica permite
la ausencia del hombre; la realidad artística, al contrario, exige su presencia. En una frutera de
Cézanne no me interesa la presencia de las manzanas, sino la presencia de
Cézanne. Lo que distingue fundamentalmente la
investigación científica de la creación artística es que, en esta última, el
acto creador del hombre no es un medio, sino un fin. Para Marx, el arte es una
prolongación del trabajo, una de las formas de “la humanización de la
naturaleza”, de la reconstrucción del mundo según un plano humano. Constituye,
después del trabajo, uno de los umbrales franqueados por el hombre en su
superación de la animalidad: el animal, escribía Marx, transforma la
naturaleza según el nivel y las necesidades de la especie a la cual pertenece,
en tanto que el hombre sabe producir universalmente, de acuerdo con el nivel
de todas las especies, libremente, es decir, 'según las leyes de la belleza'
".
La
situación, desde luego, no se caracteriza por estar encuadrada en los límites
de la técnica artística, pero, de todos modos, el lenguaje del arte entraba en
otra dimensión, era, ya, otro
lenguaje.
Garaudy lo explica con precisión: "Un pintor que se pretende realista
y que pinta como si Cézanne, Picasso, Matisse, Kandinsky, Delaunay y otros no
hubiesen existido, no es nuestro contemporáneo; inclusive si tiene cosas
admirables que decirnos, no podrá expresarse en un lenguaje capaz de
emocionarnos. Resultaría algo así como elogiar el socialismo o la cibernética
en latín."
Lorenzo Varela - Centro Editor América Latina
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