PINTOR Y ESCULTOR ESPAÑOL
Obra
La primera manifestación pictórica del talento de Salvador Dalí data del
año 1915, cuando con apenas once años pintó Interior holandés, tema tomado de una postal, donde reveló un
talento fuera de lo común. El cuadro fue realizado con verdadero instinto, con
una pincelada difusa pero capaz de construir las formas, su atmósfera cálida,
la esencia de la escena. En el año 1922 pintó la obra Naturaleza muerta, donde Dalí ya representa un mundo y una realidad
influida por los grandes maestros de la pintura vanguardista del momento, como Cézanne,
en el que se inspiró para dar forma a esta obra. Dalí intentó captar la
sensibilidad de los impresionistas, la técnica del puntillismo, muy en boga en
aquel tiempo, incluso realizó algunos esbozos de lo que luego sería el
futurismo y el fauvismo. En esta época, de transición, Dalí bebió de todas las
fuentes posibles, modernas o pasadas, que habían recorrido Europa.
En el año 1923 pintó su Escena de
cabaret, ejemplo más de esta etapa de tanteos, pero de unos tanteos
cargados de destreza absoluta. La obra estaba ya plenamente imbuida por la atmósfera
del Dadaísmo expresionista centroeuropeo. Dalí demostró con esta
pintura su decidido empeño en incorporarse a la vanguardia radical que sacudía
a Europa. Ese mismo año también pintó Autorretrato
cubista, en el que intentó condensar apresuradamente las enseñanzas proporcionadas
por su contacto con el genial pintor malagueño, Pablo Picasso, y con Braque,
pero también del italiano Severini, quien había practicado el Futurismo
en Italia y el Cubismo en París. En esta obra, Dalí conjugó a la perfección el
volumen, la forma y el movimiento. Como se observará, Salvador Dalí parecía una
auténtica esponja a la hora de alimentarse de cualquier movimiento artístico
que le interesase.
Entre los años 1924-27, Dalí experimentó con la llamada pintura
verista, en obras como Retrato de
su padre y Retrato de Luis Buñuel,
donde ejecutó unos contornos duros, colores fríos y distanciadores, objetivos,
pero llenos de una extraña seducción; todo ello como herencia del Realismo
Mágico alemán o de los melancólicos paisajes metafísicos que los pintores
italianos venían ofreciendo después del tumulto futurista.
En el mismo año 1927, Dalí volvió a dar una vuelta de tuerca a su
estilo, al pintar su cubista Naturaleza muerta al claro de la Luna. En esta obra Dalí captó la
fase terminal del Cubismo, cuando éste ya derivaba hacia una valoración del
color y de las grandes superficies decorativas en detrimento de la línea pura.
Pero, a finales de ese mismo año, Dalí se topó de bruces con el Surrealismo.
Con obras como La miel es más dulce que
la sangre, Cenicitas, Carne de pollo inaugural y Aparato y mano, Dalí demostró su
decidida voluntad de explorar todos los caminos posibles de la sensibilidad a
través del Surrealismo. Son cuadros llenos de formas blandas, sanguinolentas,
que flotan en una atmósfera de diafanidad aterradora. También abundaron las
formas óseas o viscerales, putrefactas. Todas estas obras constituyen el
nacimiento de una mitología plástica producto de sus propias obsesiones y
sueños infantiles, aleados con la información visual que sobre pintores como Ives
Tanguy o Giorgio de Chirico le aportaban las revistas. En el año 1928
pintó El asno podrido, donde también
reflejó uno de sus temas recurrentes, realizado con una sensibilidad más
próxima a la abstracción y a la valoración de lo "matérico", que deja
ver la influencia de algunas de las obras del surrealista Max Ernst.
En el año 1929 pintó El gran
masturbador, obra que representa su madurez artística. La capacidad de
instrumentar las sensaciones, el tormento de la moral convencional o la asociación
de imágenes que el psicoanálisis freudiano estaba consagrando es prodigiosa.
Dicha transformación la llevó Dalí no sólo hacia la pintura, sino también en
sus escritos literarios, en sus diferentes participaciones cinematográficas y
en su labor como agitador en conferencias, actos y exposiciones. Sus
exposiciones individuales o su participación en las muestras programáticas del
Surrealismo se multiplicaron durante los años treinta. Dalí fue un maestro
insuperable para hacer aflorar las diferentes mitologías visuales que aún
permanecían en la conciencia cultural de occidente, asociando así su pintura
con lo más íntimo de nosotros mismos. Obras como Guillermo Tell, El hombre
invisible, Hombre de una complexión
malsana escuchando el ruido del mar, reflejaron a la perfección gran parte
de estos mitos universales.
En el año 1929, Dalí tuvo un encuentro con Paul Eluard y con su mujer
Gala que marcaría decisivamente la trayectoria artística y vital posterior del
pintor catalán. Eluard y Gala fueron dos llaves que le abrirían la puerta hacia
el futuro. El primero la de su acceso al grupo surrealista; la segunda, la de
toda su posterior vida. Ese mismo año los inmortalizó en sendos retratos. A
Eluard lo sumergió en un estanque de
símbolos, entre los que su careta-autorretrato, el león de la libido, el
deseo cosquilleante de las hormigas o de la langosta que visualiza el contacto
previo al orgasmo le rodean de una atmósfera cargada de premoniciones. Símbolos
muy similares a los que aparecen en el retrato de Gala, titulado
significativamente Monumento imperial a
la mujer-niña, donde muestra a una Gala destinada a redimir al pintor de
sus obsesiones infantiles, encarnadas por todas esas formas recurrentes que,
con el tiempo, fraguaron un lenguaje universal. La concreción total de todas
esas obsesiones, sobre todo las de tipo sexual, las mostró Dalí en dos de sus
obras maestras, El juego lúgubre y Torre de placer, donde se muestra una
sexualidad daliniana siempre dolorosa, frustrada, insatisfecha y difícilmente
calmable. Eyaculación, masturbación, deseo insatisfecho y aterrorizado que no
es capaz de apartarse de la repugnancia-atracción por todo lo putrefacto, por
la sangre e incluso por excrementos y por una voracidad de tipo cuasi caníbal.
Son cuadros realizados con una maestría insuperable, con una técnica sobre la
luz increíble, que aprendió de los pintores flamencos que estudió
durante su estancia estudiantil en Madrid, visitando el Museo del Prado. Son
imágenes fantasmagóricas, sí, pero ejecutadas con un verismo impresionante e
impecable. En el año 1931 pintó quizá su cuadro más famoso, La persistencia en la memoria, con un Dalí metamorfoseado en el gran
masturbador que duerme plácidamente al pie de varios relojes blandos.
Miguel Cabañas Bravo - Consejo Superior de Investigaciones Científicas –
Enciclonet.
Interior holandés 1915 |
Escena de cabaret 1922 |
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