La
felicidad «rosa» del Bateau-Lavoir
La transición hacia el color rosa
fue (como siempre tratándose de Picasso)
bastante brusca, y vino acompañada por algunos interesantes cambios
biográficos. En la primavera de 1904 se instaló definitivamente en París. Había
residido durante los últimos años entre esta ciudad y Barcelona, con breves
periodos en otros lugares (Madrid, Málaga, Horta...). Lo importante es que
ninguna ciudad concreta de su país natal volverá a ser para él un punto de
referencia ideal: Pablo Picasso (ya no emplea el apellido paterno) será en lo
sucesivo un pintor «español» en París, sin la inevitable referencia local
(catalana) que había venido teniendo hasta entonces.
Seguía, de momento, rodeado de compatriotas.
Uno de ellos, el pintor Paco Durio, le traspasó un estudio en el barrio de
Montmartre: número 13 de la
Rué Ravignan. Se trataba de un ático destartalado en un
inmueble de madera, sin ninguna comodidad. El frío invernal era casi imposible
de combatir, y cuando soplaba el viento las tablas chirriaban, como si todo se
fuera, de un momento a otro, a deshacer. Pero los camaradas del lugar iban a
ser inmejorables: a los amigos españoles como Ricardo Canals, Manolo Hugué y
Ramón Pichot se sumarán pronto otras figuras importantes de la cultura francesa
de vanguardia: el poeta Max Jacob, en primer lugar; él bautizó el edificio
donde vivía y trabajaba Picasso con el nombre de Bateau-Lavoir
(barco lavadero, una alusión a las barcazas
de ese tipo que había en el Sena), y le favoreció los contactos con André
Salmón (que llegó a vivir en el mismo inmueble) y con Guillaume Apollinaire.
Las compañías femeninas, en cambio, las
conseguía Pablo fácilmente, sin ninguna ayuda exterior: en el verano de ese
año mantuvo relaciones con una muchacha llamada Madeleine, la cual le sirvió
de modelo para algunas obras de su nueva etapa, y ya en el otoño se encontró
con Fernande Olivier. Esta joven «liberada», alta y elegante, que trabajaba
como modelo para muchos artistas de Montmartre, habría de ser su pareja oficial
durante los próximos siete años. Ella ejerció un benéfico papel estabilizador
en la vida de Pablo, tan propenso siempre a la turbulencia y al exceso.
Fernande acabó con su melancólica tristeza adolescente, lo cual se notó
inmediatamente en las pinturas de la etapa rosa.
También es difícil imaginar, sin la presencia
de esta mujer, la serenidad y reflexión requeridas por las investigaciones del
cubismo analítico, como veremos más adelante.
Esta nueva secuencia en la carrera de Picasso
posee un claro acento optimista, positivo: ahora pinta maternidades (mujeres y
niños) y hermosos desnudos. Algunos de estos últimos poseen un voyeur
incorporado, como si se tratara de un doble
imaginario del espectador. En la acuarela conocida con el nombre de “Contemplación”
(1904) hay un autorretrato del pintor,
sentado, observando a una figura femenina semidesnuda que duerme confiadamente
sobre un modesto lecho. Este magnífico apunte autobiográfico tiene su
importancia porque inaugura en nuestro artista la tendencia a desvelar con su
arte retazos de su propia intimidad. Picasso conmueve siempre porque abrió de
par en par, no sólo las puertas de su alma, sino las urgencias de su cuerpo:
como un antiguo monarca absoluto, también él decidió exhibir, ante todos los
espectadores-súbditos, sus más íntimos secretos de alcoba.
No es Picasso, ciertamente, el hombre con un
bebé que mira atentamente a la magnífica mujer desnuda que se lava y se peina
en el cuadro “La familia del Arlequín”
(1905), pero sí es su «alter ego» metafórico,
y también, por extensión, el de cualquier espectador. He aquí a una familia
feliz: la mujer se gusta a sí misma, y el hombre la desea mientras sostiene en
brazos al fruto de su relación. ¿Cómo no ver ahí el trasunto idealizado de su
propia vida? Faltaba el hijo, anhelado infructuosamente, al parecer, por
Fernande y Pablo. Sólo más tarde, con otras mujeres, lograría el artista la
descendencia biológica que no pudo darle su amante de Montmartre.
Sabemos además que el mundo de los arlequines, acróbatas,
payasos y saltimbanquis, ejercía una intensa fascinación sobre todo el
grupo del Bateau-Lavoir. Muy cerca, en las faldas de Montmartre, estaba el
circo Médrano y a él acudían todos
ellos casi a diario. Aquellos jóvenes poetas y pintores mantuvieron una
relación íntima y constante con los nómadas circenses, y es de suponer que
llegaran a idealizar sus condiciones de vida y de trabajo. Pablo Picasso debió
ver el circo como una metáfora del universo del arte: allí se representan los
sentimientos y pasiones pero nada de eso es necesariamente «la verdad»; sus
actores, errantes y desarraigados, al margen de los valores burgueses, podían
encarnar bien su ideal de la libertad. No es extraño que los pintara una y otra
vez, solitarios o en grupo, en actitudes muy variadas.
Picasso parece haber buscado expresamente la
dificultad. Los tonos predominantes son cálidos, como en los otros trabajos
coetáneos, pero los numerosos bocetos preparatorios muestran su deseo de hacer
algo distinto que rompiera con sus propias fórmulas. En los primeros cuadros
de la época rosa había continuado ofreciendo una bonita galería de seres
estilizados, deudores todavía (aunque con otro espíritu) de la estética del art
nouveau y de la influencia
de El Greco que se apreciaba en la época azul. En el lienzo conocido con el
nombre de “Familia de saltimbanquis”
(1905), en cambio, se esforzó por que las
figuras, mucho más rechonchas, no expresaran sentimiento alguno. Cada uno de
los personajes mira hacia un lugar diferente y ninguno parece dirigirse al
espectador. No hay pinceladas largas sino borrones de color casi plano aunque
de contornos imprecisos. Las viejas influencias de Van Gogh y Toulouse Lautrec
son sustituidas por la frialdad de Cézanne.
Picasso luchaba ya, claramente, contra las
adherencias emocionales del simbolismo finisecular. La pintura empezaba a ser
un asunto «intelectual». Esto se intensificó cuando empezó a imitar algunos
aspectos de ciertos pintores renacentistas como Piero della Francesca. Hay cuadros
de fines de 1905 y de 1906 donde vemos grupos humanos con sólidas figuras de
frente y de perfil, como formando disposiciones prismáticas imaginarias (“Las tres holandesas”, “El aseo”, “Muchacho desnudo”,
etc.). Nuevas inquietudes estaban
conquistando su espíritu. Picasso no lo podía saber entonces pero se estaba
preparando para uno de los saltos artísticos más trascendentales de la historia
de la pintura universal.
El aseo |
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