jueves, 24 de mayo de 2012

La realidad y el arte moderno


Para avanzar con mayor seguridad en el proceso del arte moderno, en el que Dalí se inscribe desde antes de incorporarse al surrealismo, vale la pena retroceder algo en el tiempo, hasta las fuentes precursoras de las grandes correntadas actuales. Tenía tres años Dalí cuando, en 1907, se realizó en París una exposición que quedará como uno de los hechos más trascendentales de la historia del arte moderno: la muestra retrospectiva de la obra de Cézanne en el Salón de Otoño. A partir de esa fecha, por lo menos, fue formándose cada vez más un consenso general que permite afirmar —de­jando que el futuro lo confirme o lo rectifi­que— que la revolución artística de nuestro tiempo comienza el día en que el francés Paul Cézanne (1839-1906) en el verano de 1876 pinta La Mer á L' Estaque, renun­ciando "a las pequeñas pinceladas, a la divi­sión de los tonos", y "empleando masas de color, acusando los volúmenes, buscando la unidad de la composición". La descripción del cambio pertenece a Frank Elgar, quien señala que de tal modo "su obra gana en reflexión, en firmeza, en intensidad plásti­ca". Esa resolución de Cézanne produce el comienzo de una mutación de consecuencias incalculables en la historia del arte. Mas, a pesar del esplendor alcanzado en la última etapa de su pintura, siguiendo el célebre principio suyo: "Tratar a la naturaleza me­diante el cilindro, la esfera, el cono… ", las compuertas que había roto apenas comenzaban a permitir el desbordamiento, inmen­so y vertiginoso, que se produciría a lo largo del siglo XX. Él lo sabía cuando afir­maba: "Yo quedaré como el primitivo del camino que he descubierto". El descubrimiento no era sólo una variante técnica, un modo distinto de pintar. Había cambiado la visión plástica de las cosas, y hasta el concepto mismo de realidad. Dicho de otra forma, cambió el modo de acercarse a "lo real", de sentir, percibir e interpretar­ la realidad. Esta nueva situación en la problemática del arte fue observada con excep­cional lucidez por Merleau-Ponty, que acaso, haya sido quien ha logrado, con la máxima brevedad, la mayor claridad que se haya arrojado sobre la experiencia cezanniana. Dice el filósofo francés en Sentido y sin sentido: "Cézanne no se creyó en el deber de elegir entre la sensación y el pensamien­to o entre el caos y el orden. Él no quiere establecer una separación entre las cosas fijas que aparecen ante nuestra mirada y su manera fugaz de aparecer; quiere pintar la materia en el proceso de adquirir una for­ma, el orden naciente a través de una orga­nización espontánea. No traza un corte en­tre los sentidos' y 'la inteligencia', sino en­tre el orden espontáneo de las cosas perci­bidas y el orden humano de las ideas y de las ciencias. Este mundo primordial es el que Cézanne ha querido pintar y de ahí que sus cuadros den la impresión de mostrar la naturaleza en sus orígenes, mientras que las fotografías de los mismos paisajes sugieren los trabajos de los hombres, sus comodida­des, su presencia inminente. Cézanne nunca quiso 'pintar como un salvaje', sino volver a poner la inteligencia, las ideas, las ciencias, la perspectiva, la tradición, en contacto con el mundo natural que ellas están destinadas a comprender y confrontarlas con la natu­raleza, como él dice, con 'las ciencias que salieron de ella'". Y acota: "Las búsquedas de Cézanne en la perspectiva descubren, por su fidelidad a los fenómenos, lo que la psicología reciente debía formular después. La perspectiva vivida, la de nuestra per­cepción, no es la perspectiva geométrica o fotográfica: en la percepción, los objetos cercanos parecen más chicos y los objetos alejados más grandes que en una fotogra­fía, como se ve en el cine cuando un tren se aproxima y se agranda con mucha más rapidez que un tren real en las mismas con­diciones".
Y al cambiar "lo real" para los ojos del pintor, dejaba de tener importancia "ilus­trar", copiar esa realidad, al modo antiguo, a través del tema.

Paul Cézanne





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