Acaban de cumplirse 80 años de la primera proyección de “Un perro andaluz” (“Un chien andalou”)
y las reacciones ante su visionado, por mentira que parezca, no han cambiado.
Los sueños no tienen lógica, ni espacio, ni tiempo. Un chien andalou en
palabras de Román Gubern es el
resultado de “un
guión tejido con los sueños” del tándem Buñuel-Dalí. Y resulta imprescindible para la
comprensión del film partir de esta premisa, para no forzar una coherencia
lógica a lo que premeditadamente no la tiene y guiarnos por el libre juego de
las asociaciones que las imágenes y su interrelación provoquen en nosotros, los
espectadores, para convertirnos en los soñantes”. “Esta locura por los sueños,
por el placer de soñar, que nunca he tratado de explicar, es una de las
inclinaciones profundas que me han acercado al surrealismo”. De esta manera, en “su último suspiro”, Buñuel hablaba sobre su acercamiento
al movimiento surrealista y la creación de la única obra
considerada puramente surrealista.
En apenas 17 minutos, 10
secuencias de rollo fílmico tambalearon los pilares artísticos de miles de
espectadores que se movían entre el éxtasis y la repugnancia tras su visionado. Pero el mérito no
era enteramente de los dos genios españoles.
Unidos por la Residencia
de Estudiantes, ambos se habían empapado de cine experimental
firmado por René Clair (Entreacto), Man Ray (La estrella de mar) o Germaine Dullac (El clérigo y la concha). Del movimiento
dadaísta y surrealista precedente habían tomado la negación del
orden establecido y de la moral convencional, la liberación
del objeto de su funcionalidad y su puesta en escena en igualdad de
condiciones con la figura humana, la exaltación del erotismo o la subversión del lenguaje y
de la lógica y percepción habituales. En resumidas cuentas, calandino y
figuerense pretendían pasar por alto todas las convenciones de la narrativa fílmica habitual,
aportando al arte una dimensión social y colectiva,
hasta entonces desconocida prácticamente en nuestro país.
En cuanto al argumento del film, Buñuel relata “esta película
nació de la confluencia de dos sueños.[…] yo le conté un sueño que había tenido
poco antes, en el que una nube desflecada cortaba la luna y una cuchilla de
afeitar hendía un ojo . Él (Dalí) a su vez, me dijo que la noche anterior había
visto en sueños una mano llena de hormigas”.
Sin embargo, y muy a su pesar, el film guarda
un profundo
simbolismo. La propuesta,
difícilmente pudo escapar a la crítica de lo que ella misma criticaba. Al fin y
al cabo el anti-Arte que
los surrealistas predicaban, por muy desconcertantes que fueran sus
manifestaciones, acabaría siendo asimilado en gran parte por el pensamiento
institucional. Tras los títulos de crédito, Dalí da forma a sus sueños, y tras
observar cómo una nube corta a la luna, él hace lo propio con el ojo de una
mujer.
Se trata de la primera y más recordada
escena de Un perro andaluz. El montaje alterno de
las secuencias de la luna atravesada por la nube y el ojo cortado por la navaja
nos lleva a una asociación figurativa y simbólica de los
mismos.
El director considera en este punto que el
espectador necesita ayuda externa para dejar que su Yo Subjetivo se involucre
en el sueño. A través de un primerísimo primer plano angustiosamente
realista ciega nuestra mirada convencional para dejar paso a las profundidades
del inconsciente, a los recovecos del sueño.
El éxtasis morboso que
le produce al joven ver morir atropellada a la mujer le lleva a su “objeto
del deseo”, pero aparecen los impedimentos morales y culturales,
materializados en el piano, los burros putrefactos, las calabazas secas o los
hermanos maristas.
El peso de toda una educación religiosa
y burguesa se opone a la consumación del instinto sexual. Pero aún a pesar del
dramatismo, hay cabida para los gags y el joven cae al más
puro estilo del cine cómico americano.
A través de una narración
dinámica, apoyada en la banda sonora y el continuo cambio de escenografía del
film, Buñuel nos va presentando imágenes inconexas o en todo caso, articuladas
a través de la gramática de los sueños. En lo que respecta al imaginario del
film, dos de sus actores Simone Mareuill y Pierre
Batcheff se suicidaron poco después del rodaje, mientras que Charles
Chaplin se desmayaba cada vez que visionaba la famosa escena del ojo
cercenado.
Luis Buñuel decía ante las
interpretaciones de “su perro andaluz” que “en lugar de tratar de explicar las
imágenes deberían aceptarse tal como son ¿me conmueven, me repugnan, me
atraen? Con eso debería bastar”, así que, con esto basta.
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