1.
El
caballo moribundo representa al pueblo español.
2.
El toro
con dos ojos humanos frontales indica la lucha entre lo humano y lo bestial.
3.
De la
mano que empuña la espada rota del guerrero muerto y desmembrado surge una
flor, símbolo de la esperanza en una renovada vida.
4.
La mujer
que huye saliendo de la casa en llamas parece quedar petrificada por lo que ve.
5.
La
que porta un candil en su mano dando más luz al cuadro es Dora
Maar, su amante y la que fotografía todo el proceso de creación de la obra.
6.
La madre
que sostiene a su hijo muerto es una renovada Piedad...
Picasso aceptó a principios de 1937 el
encargo de pintar una obra para el pabellón español de la Exposición Universal
de París, que habría de celebrarse durante el verano, pero no supo, durante
unos meses, qué podía hacer. El 26 de abril varias escuadrillas de aviones
alemanes ametrallaron y arrasaron con bombas incendiarias la población vasca
de Guernica, que era un objetivo de nulo interés militar. Hitler y Franco
ensayaban así, por vez primera, las técnicas nazis de la destrucción total del
territorio enemigo, antes de su eventual ocupación. Las descripciones y las
fotografías periodísticas de aquella masacre gratuita estremecieron al mundo
entero: Picasso ya tenía un tema y se puso a trabajar en él de un modo febril.
Entre primeros de mayo y mediados de junio, cuando se colocó en su sitio la
obra acabada, hizo más de cincuenta bocetos. Muchos de ellos no son estudios
preliminares, sino trabajos colaterales unidos por el mismo tema, de modo que
podemos entender al Guernica
como si fuera la imaginaria «tabla central»
del políptico laico que mejor expresa la crudeza desesperanzada del siglo xx.
El cuadro tiene unas dimensiones tan
colosales (casi ocho metros de largo por tres y medio de alto) que Picasso se
vio obligado a buscar un taller especial que le permitiera trabajar en él.
Dora Maar documentó las distintas fases de su elaboración mediante una serie
de fotografías tomadas entre el 11 de mayo y el 4 de junio, y gracias a ellas
(los bocetos, ya lo hemos dicho, no son exactamente preliminares) podemos
deducir cómo evolucionó, en unas pocas semanas, la idea del artista. La
composición era piramidal desde el comienzo: sobre un suelo plagado de
despojos humanos se alzaba el puño poderoso de un soldado, recortándose (se ve
bien en la segunda foto de Dora Maar) sobre un sol o margarita gigantesca. Ya
estaban allí las mujeres:la agonizante, la que eleva el grito al cielo sosteniendo
a su hijo muerto, la que avanza en diagonal y la que alumbra con un candil esa
siniestra escena nocturnal. El toro parecía incólume, como si sobreviviera a la
hecatombe, y puede pensarse que, en ese primer estadio, Picasso lo
consideraba todavía como una especie de símbolo del pueblo español,
resistiendo con bravura a la agresión fascista.
Los cambios más significativos afectaron a
este animal (que también acusará en la obra acabada el impacto de la tragedia)
y al caballo, cuyo cuello y cabeza sustituyeron, violentamente enhiestos, al
puño cerrado del guerrero. También el sol se convirtió en otra cosa: un ojo
explosionado que encierra dentro
de su ovalada blancura la imagen de una bombilla encendida.
Nos hallamos, por lo tanto, ante todos los
ingredientes de esa corrida mítica, en clave surrealista, que tanto había
representado Picasso en los años anteriores: los diversos actores que habíamos
visto dispersos en diferentes aguafuertes, dibujos y grabados, aparecen ahora
juntos en un solo cuadro, como si constituyeran la apoteósica secuencia final
de un poderoso drama teatral. Pero el nuevo «guión» es muy significativo, pues
ya no hay víctimas y verdugos, mirones compasivos o testigos neutralizantes,
rituales de amor con metáforas de muerte: en Guernica nadie
se salva, todo es destrucción ciega. Espectadores, toros y caballos perecen por
igual. No figura el asesino porque éste se ha saltado las reglas del juego
ancestral.
Picasso sugiere que el cobarde fuego aniquilador de los aviones fascistas ataca la naturaleza misma de la
vida (que incluye una dosis inevitable de violencia «amorosa» ancestral) . La
inaudita villanía de este ataque (de la sublevación militar misma) saca al
artista del mito y le arroja al vertedero de la historia. Despiadada manera de
confirmar los postulados surrealistas, con la eliminación de las barreras que
separan habitualmente el inconsciente profundo y la opaca realidad objetiva.
Guernica fue pintado casi en blanco y negro, en la tradición
técnica de los grandes planos geométricos cultivada desde la fase del cubismo
decorativo. No creo que esto se deba a la influencia de las fotografías
periodísticas de la destruida población vasca, como muchas veces se ha dicho,
y sí debieron pesar mucho en el ánimo de Picasso esos grabados tenebristas con
toros o minotauros que hemos comentado antes. La luz (la explosión) de la
muerte ciega exige un ámbito de pesadilla, nocturnal: ojo-sol, día-noche,
dentro-fuera, paroxismo. ¿Y dónde está el voyeur
que suele encontrarse en las alegorías
picassianas? No hay duda de que se sitúa fuera, en la muchedumbre que mira la
pintura y que tal vez provoca, con el fogonazo de su mirada, esa hecatombe de
muerte y destrucción. No es fácil digerir la idea de que el espectador sea
tratado como un cómplice del verdugo, pero sólo eso puede explicar por qué esta
pintura, una de las más importantes de todos los tiempos, sea tan difícil de
contemplar sin que se accionen los resortes misteriosos del sentimiento y de la
acción.
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