PINTOR Y ESCULTOR ESPAÑOL
Sin duda alguna, la etapa que Dalí pasó dentro del movimiento
surrealista fue la más creativa y original del pintor. Fue cuando pintó sus más
grandes obras, poniendo en ellas en práctica lo que él mismo llamó su método
paranoico-crítico, definido por el pintor como un vehículo o medio espontáneo de
conocimiento irracional, basado en la asociación interpretativo-crítica de los
fenómenos delirantes, y que expresará en la asociación paranoico=blanco, y
crítico=duro, como muy bien demuestra su genial pintura La persistencia de la memoria, donde
aparecen los elementos espaciales representados como duros, y los temporales,
en este caso los relojes, como figuras blandas o derretidas. Son imágenes
producidas, no tanto por el efecto del sueño, como por la búsqueda lúcida de fotografiar el propio sueño. Serán cuadros en
los que predomina un gusto inmediato por lo enfermizo y lo repulsivo, por
obsesiones de tipo sexual estrechamente ligadas a las conclusiones de Freud.
Sus pinceles plasman un mundo deformado y aberrante, de elementos
reiteradamente repetidos en interminables extensiones de terreno, iluminados por
una luz ardiente y deslumbradora, logrando escenas imbuidas de inquietud y
misterio.
Todas estas características quedan perfectamente reflejadas en obras
como El juego lúgubre (obra dedicada
al tema de la castración), El gran
masturbador, El hombre invisible,
Alucinación parcial, Seis apariciones de Lenin sobre un piano
(en el que encontramos la claridad compositiva de Dalí junto a una delirante
fantasía del subconsciente, centrada en un reiterado rostro de Lenin).
Finalmente, en el año 1934 fue expulsado del movimiento surrealista por
el propio André Bretón, cansado éste de las continuas excentricidades del
pintor catalán y de su técnica un tanto retrógrada. Sin embargo, Dalí mantuvo
la práctica del surrealismo explícito durante varios años más. A la hora de
analizar la obra y trayectoria de Dalí, nunca hay que olvidar que el factor
determinante de sus pinturas es su propio carácter egocéntrico y propenso a la
exageración obsesiva.
La llegada del pintor a las filas surrealistas había revitalizado
enormemente el movimiento, gracias a la gran novedad que representó para el
público sus constantes invenciones que además eran expresadas con un lenguaje
realista que le permitió describir el mundo psíquico de nuestro siglo en
términos totalmente cotidianos (teléfonos, relojes, pianos). Sin embargo, y
aunque el surrealismo se apoyó siempre en la total libertad de expresión de sus
artistas, la peculiar personalidad de Salvador Dalí, extravagante y deseosa de
protagonismo, le impulsó pronto a apartarse del grupo para mantener una
actividad independiente y ser así el único y exclusivo personaje de su fabuloso
mundo artístico, el único centro de atención y de gravitación.
Las obras de los años previos a la Segunda Guerra Mundial se
caracterizaron por ahondar aún más en el personal método paranoico-crítico,
creando un mundo particular, alucinante, fantasmagórico y delirante, en el que
Dalí no sólo pretendió alcanzar la verosimilitud sino también la disimilitud,
haciendo coincidir objetos aparentemente irreconciliables. Tal vez, su obra más
conocida de este momento fue Construcción
blanda con habichuelas cocidas: premonición de la guerra civil, cuadro éste
verdaderamente profético en el que los extraños miembros de la figura
representada simbolizan el horror de la violencia causada por la guerra. La
trivialidad de la primera parte del título contrasta con el gran impacto
emocional que produce su contemplación, aunque el artista se mantuviera al
margen de cualquier actitud política definida.
En el año 1948, Dalí regresó a España tras una larga temporada en los
Estados Unidos de América. Salvador Dalí, que siempre había hecho gala y
ostentación de su carácter sacrílego, revolucionario y blasfemo, sorprendió a
propios y extraños con la afirmación sorprendente de hacerse católico,
apostólico y romano, además de ferviente admirador de Francisco Franco y
seguidor de los más tradicionales caminos de la pintura. En esta época, Dalí se
volcó en renovar su nunca oculta admiración y devoción hacia los grandes genios
de la pintura universal, como Miguel Ángel, Leonardo, Rafael, Vermeer y
Velázquez. Dio inicio, de esa manera, a una nueva etapa que algunos
críticos han calificado como mística y pseudoclásica. Esta
sorprendente fase religiosa, plena de misticismo y de recogimiento, se caracterizó
por centrarse en los grandes temas de la cristiandad, reflejados en obras como La madonna de Port Lligat, El crucificado de San Juan de la Cruz, Santiago Apóstol, La última cena... En todas estas obras podemos observar cómo las
visiones alucinantes anteriores dejan paso a una concepción pseudoacademicista
definida por un realismo preciso y una técnica minuciosa que le permitieron a
Dalí mostrar su indiscutible valía de dibujante. Sin embargo, nunca abandonó
del todo el lenguaje simbólico, como huella indeleble de su pasado surrealista.
Dalí, en esta época, despreció los elementos anecdóticos para presentarnos unas
escenas desnudas de detalles, donde ante todo imperaba un profundo sentimiento
místico realzado por una luz clara y luminosa. Estos detalles compositivos
confirieron a sus nuevos cuadros un aspecto irreal y divino.
A partir de los años 60, Dalí inició un período final en el que, agotado
su genio inventivo, cayó en la repetición de sus anteriores fórmulas estéticas,
y en la que su descarado interés por la comercialización restó validez a la
mayor parte de su producción artística. El interés de la crítica por su obra
fue disminuyendo paulatinamente a causa de un laborioso vacío academicista que
le alejó de la modernidad. De todos modos, su actividad fue incesante en
pintura, en ilustración de libros y en diseño de joyas. Dalí siempre mantuvo su
popularidad, impulsada además por las diferentes exposiciones retrospectivas
que le dedicaron con la inauguración del Museo Dalí en Figueras, y por su
ingreso en la Academia de Bellas Artes francesa, además de por la continua
autopublicidad que el propio artista hacía en todo tipo de medios, mediante
actuaciones cada vez más inverosímiles que seguían alimentando al mito que ya
era.
Los últimos años de su vida los dedicó a lo que el propio artista llamó pintura
hipertereoscópica y en cuatro dimensiones. Una larga
enfermedad acabó con su vida, el 23 de enero del año 1989, en su casa de
Figueras.
Miguel Cabañas Bravo - Consejo Superior de Investigaciones Científicas –
Enciclonet.
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