INTRODUCCIÓN
Cualquier
creación artística es hija de su tiempo y, la mayoría de las veces, madre de
nuestros propios sentimientos.
Igualmente,
cada periodo cultural produce un arte que le es propio y que no puede repetirse.
Pretender revivir principios artísticos del pasado puede dar como resultado, en
el mejor de los casos, obras de arte que sean como un niño muerto antes de nacer.
Por ejemplo, es totalmente imposible sentir y vivir interiormente como lo
hacían los antiguos griegos. Los intentos por reactualizar los principios
griegos de la escultura, únicamente darán como fruto formas semejantes a las
griegas, pero la obra estará muerta eternamente. Una reproducción tal es igual
a las imitaciones de un mono.
A primera
vista, los movimientos del mono son iguales a los del hombre. El mono puede
sentarse sosteniendo un libro frente a sus ojos, dar vuelta a las páginas, ponerse
serio, pero el sentido de estos movimientos le es ajeno totalmente.
Hay, a
pesar de esto, otra igualdad exterior de las formas artísticas que se asienta en
una gran necesidad. La igualdad de la aspiración espiritual en todo el medio
moral espiritual, la aspiración hacia metas que, perseguidas primero, fueron
luego olvidadas; es decir, la igualdad del sentir interno de todo un periodo
puede llevar lógicamente al empleo de formas que en un periodo anterior
sirvieron positivamente a las mismas aspiraciones. Así nació parte de nuestra
simpatía, nuestra comprensión y nuestro parentesco espiritual con los
primitivos. Como nosotros, esos artistas puros buscaron reflejar en sus obras únicamente
lo esencial: la renuncia a lo contingente apareció por sí sola.
A pesar de
su valor, este punto importante de unión espiritual no es más que un aspecto. Nuestro
espíritu, que después de una larga etapa materialista se halla aún en los inicios
de su despertar, posee gérmenes de desesperación, carente de fe, falto de meta
y de sentido. Pero aún no ha terminado completamente la pesadilla de las
tendencias materialistas que hicieron de la vida en el mundo un penoso y
absurdo juego. El espíritu que empieza a despertar se encuentra todavía bajo el
influjo de esta pesadilla. Sólo una débil luz aparece como un diminuto punto en
un gran círculo negro. Es únicamente un presentimiento que el espíritu no se
arriesga a mirar, pues se pregunta si la luz es sólo un sueño y el círculo
negro la realidad.
Esta duda y
los sufrimientos aún válidos de la filosofía materialista, separan nuestro espíritu
del de los primitivos. Nuestro espíritu tiene una grieta, que cuando se
logra tocar, produce el sonido de un fino jarrón quebrado, hallado en el fondo
de la tierra. Por eso, la inclinación a lo primitivo, como la que hoy tenemos
abiertamente tomada en préstamo, será de corta vigencia.
Estas dos
clases de semejanzas entre el arte nuevo y las formas de etapas pasadas, son
radicalmente diferentes. El primero es externo y, por lo tanto, no tiene
porvenir.
El segundo
es espiritual y por eso lleva en sí la semilla del futuro. Tras la etapa de la
tentación materialista, en la que aparentemente murió y que, sin embargo, ahora
rechaza como una tentación negativa, el alma se levanta afinada por la lucha y
el sufrimiento. Los sentimientos más burdos, como el miedo, la alegría, la
tristeza, etc., que podrían usarse en esta etapa de tentación como contenido
del arte, atraerán poco al artista. Este buscará despertar sentimientos más
sutiles que en la actualidad no tienen nombre. El artista tiene una vida compleja,
sutil, y la obra surgida de él originará necesariamente, en el público capaz de
sentirlas, emociones tan matizadas que nuestras palabras no las podrán
manifestar.
El
espectador es hoy incapaz, salvo en excepciones, de tales vibraciones. Desea hallar
en la obra de arte una simple imitación de la naturaleza que le sirva para
algún fin práctico (el retrato en su significado corriente, etc.), o una
imitación de la naturaleza que traiga consigo cierta interpretación (pintura impresionista),
o finalmente, estados de ánimo disfrazados de formas naturales (lo que
se llama emoción).
Todas estas
formas de ser auténticamente artísticas, cumplen una finalidad y son (también
en el primer caso) alimento espiritual, y especialmente en el caso tercero, en
el que el espectador encuentra una relación con su alma. Naturalmente, tal
relación (o re-sonancia) no se queda en la superficie: el estado de ánimo de la
obra puede profundizarse y modificar el estado de ánimo del espectador. En cualquier
caso, estas obras evitan que el alma se envilezca y la sostienen en un determinado
tono, como el diapasón con las cuerdas de un instrumento. Sin embargo, la depuración
y la extensión de este tono, en el tiempo y el espacio, son unilaterales y no agotan
todo el efecto posible del arte. Una construcción grande, muy grande, chica o mediana,
dividida en diversas salas. Las paredes de las salas llenas de cuadros chicos, grandes,
medianos. A veces miles de pinturas que reproducen por medio del color trozos
de naturaleza: animales en luz y sombra, tomando agua, junto al agua, echados
sobre la hierba; a su lado, una crucifixión realizada por un artista que no cree
en Cristo; flores, figuras sentadas, caminando, paradas, a veces desnudas, muchas
mujeres desnudas (algunas vistas en perspectiva desde atrás); manzanas y bandejas
de plata, retrato del Consejero N; anochecer; dama en rosa: platos volando;
retrato de la baronesa X; gansos volando; dama de blanco; terneros en la sombra,
con manchas de sol amarillas; retrato de su excelencia el Sr.; dama en verde.
Todo esto se halla impreso en un libro; los nombres de los artistas, los
nombres de los cuadros. La gente tiene estos folletos en la mano y va de un
cuadro a otro, busca y lee los nombres. Luego se va, tan pobre o tan rica como
entró, y se deja absorber inmediatamente por sus preocupaciones, que no tienen
nada que ver con el arte. ¿Para qué vinieron? Cada cuadro guarda misteriosamente
toda una vida, una vida con muchos sufrimientos, dudas, horas de entusiasmo y
de luz. ¿Hacia dónde va esta vida? ¿Hacia dónde busca el alma del artista, si
también se entregó en la creación?
¿Qué
anuncia?
Iluminar
las profundidades del corazón humano es la misión del artista, dice Schumann.
El
artista es un hombre que lo sabe dibujar μ pintar todo, dice Tolstoi.
De estas
dos definiciones sobre la función del artista elegimos la segunda, pensando en
la exposición descrita anteriormente; con mayor o menor habilidad, virtuosismo y
energía, surgen en el cuadro objetos relacionados entre sí por medio de pintura,
más tosca o más fina. Esta armonización del todo en el cuadro es el medio que
conduce a la obra de arte. Esta es mirada con ojos fríos y espíritu
indiferente. Los expertos admiran la factura (así como se contempla a un
equilibrista), gozan la pintura (como se goza con una empanada).
Las almas
hambrientas se van hambrientas. La muchedumbre camina por las salas y encuentra
las pinturas bonitas o grandiosas.
El hombre
que podría decir algo no ha dicho nada, y el que podría escuchar no ha oído
nada. Este estado del arte se llama l'art pour l'art.
La
eliminación de los sonidos internos, que son el ser de los colores, la
dispersión de las fuerzas del artista en la nada, es el arte por el arte.
A través de
su habilidad, fuerza inventiva y emotiva, el artista desea la recompensa material.
Satisfacer su ambición y su codicia se alza como su destino final.
A cambio de
un trabajo profundo y solidario entre los artistas, aparece la lucha por estos
fines materiales. Todos se lamentan de la excesiva competencia y la excesiva
producción. Odio, partidismo, camarillas, intrigas y celos son los resultados de
este arte materialista al que se ha robado su sentido (2) . El espectador se aleja
tranquilamente del artista, que no le encuentra sentido a su vida en el arte
sin fines, sino que busca objetivos más importantes.
Comprender
es formar y aproximar
al espectador al punto de vista del artista.
Ya dijimos
que el arte es hijo de su tiempo. Un arte así sólo puede repetir artísticamente
lo que está reflejando nítidamente la atmósfera del momento. Este arte, que no
guarda ningún germen del futuro, que es sólo hijo de su tiempo y que nunca crecerá
hasta ser engendrador de futuro, es un arte castrado. Tiene escasa duración y moralmente
muere en el instante en que desaparece la atmósfera que lo ha originado.
El otro
arte, capaz de evolucionar, se basa también en su época espiritual, pero no sólo
es eco y espejo de ella, sino que contiene una energía profética vivificadora
que actúa amplia y profundamente. La vida espiritual, en la que también se
halla el arte y de la que el arte es uno de sus más fuertes agentes, es un
movimiento complejo pero determinado, traducible a términos simples, que
conduce hacia adelante y hacia arriba. Este movimiento es el del conocimiento.
Puede adoptar muchas formas, pero en el fondo mantiene siempre un sentido
interior idéntico, el mismo fin.
Son oscuras
las razones por las que todo movimiento progresivo y ascendente debe realizarse
con el sudor de la frente con sufrimientos, malos momentos y penas.
Cuando se
ha concluido una etapa y se ha superado otro escollo del camino, una mano
perversa e invisible arroja nuevas piedras que parecen cerrar y borrar por completo
el camino por el que se andaba.
Entonces
aparece un hombre parecido en todo a nosotros, pero que tiene dentro de sí una
fuerza visionaria y misteriosa. El observa y enseña. Por momentos desea
liberarse de ese don superior que a menudo es una pesada cruz. Pero no puede. A
pesar de las burlas y los odios, leva hacia adelante y hacia arriba el pesado y
reacio carro de la Humanidad que se detiene entre las piedras.
En algunas
ocasiones, cuando no queda ya nada de su ser físico en la tierra, se usan todos
los materiales para reproducirlo ya sea en mármol, hierro, bronce o piedra. Como
si representara algo el cuerpo de estos servidores del hombre, mártires casi
divinos, que despreciaron lo físico y sólo valoraron al espíritu. El recurso
del mármol demuestra que una gran multitud ha llegado finalmente al lugar que
en su día ocupó el ahora homenajeado.
La línea blanca |
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