Magritte nació en
la pequeña localidad belga de Lessines, en la región del Hainaut, pero su
infancia transcurrió en distintos lugares a los que fue trasladándose la
familia. Su padre era sastre y su madre, que de soltera había ejercido como
modista y sombrerera, se suicidó en
1912
arrojándose al Sambre en Chatelet. Los ecos del suicidio materno pueden
percibirse todavía en algunos cuadros de finales de los años veinte -La historia central (1927), Los amantes (1928)-, en los que aparecen figuras con la cabeza cubierta por una tela
evocando la imagen del
cadaver de la
madre, que fue rescatado del río con la camisa cubriéndole el rostro. La
familia se traslada al año siguiente a Gharleroi, en cuya feria conoce a Georgette Berger. No volverá a verla hasta 1920, pero será para casarse en
1922 y no
volver a separarse.
MAGIA Y PINTURA
El propio
Magritte contó en alguna ocasión cómo durante un verano de su infancia solía
jugar con una niña en un cementerio cuyas criptas sombrías exploraban juntos.
A la salida, la imagen de un pintor en la vecina alameda le sugería vagamente
la idea de la pintura como un elemento mágico, cargado de poder de revelación.
Sus primeros pasos como pintor se dan, sin embargo, en la Academia de Bellas Artes
de Bruselas, en la que emprende estudios en 1916. Gomo tantos otros pintores de
la época, se inicia bajo la influencia de los impresionistas, aunque pronto le
causa gran efecto la obra de los futuristas italianos y, muy especialmente, la
de Gior-gio de Ghirico. A principios de los años veinte Magritte se gana la
vida diseñando papeles pintados para la casa Peeters-Laeroix y haciendo
dibujos publicitarios; al mismo tiempo, entra en contacto con los distintos
personajes que, junto con él, formarán el núcleo surrealista belga: Pierre
Bourgeois, E.L.T. Mesens, Gami-le Goemans, Marcel Lecomte, Paul Nougé, André
Souris.
EL SURREALISMO EN PARIS
A mediados de esa
década, Magritte ya ha decidido renunciar a la complacencia de la pintura
tradicional con los contrastes de color y las opciones de estilo para
representar escuetamente los objetos según su fría apariencia. Las relaciones
insospechadas entre ellos como fuente de efectos poéticos constituirán en
adelante la columna vertebral de su obra, de la que no se apartará a lo largo
de toda su carrera. En 1927, fecha de su primera exposición individual en la
galería El Centauro, de Bruselas, estos principios están ya asentados y
Magritte y su mujer se instalan durante tres años en Perreux-sur-Marne, cerca
de París. Allí, por medio de Goemans, que ha abierto una galería en París,
entra en contacto con André Bretón y el grupo
surrealista. Con ellos -Max Ernst, Jean Arp, Miró, Dalí-expone en la Exposición Surrea lista
de 1928, celebrada en la galería de su amigo Goemans y mantiene estrechos
vínculos. Participa en todas las actividades importantes del grupo y colabora
en La Revolución Surrealista ,
cuyo último número incluye su
texto Las palabras y las
imágenes, auténtico manifiesto del ideario
pictórico de Magritte.
UN CAMINO RECTO
La relación con Bretón y los surrealistas fue
constante hasta su muerte, aunque no estuvo exenta de tensiones y
distancia-mientos. Magritte mantuvo, no obstante, su propia independencia,
siempre fiel a su idea de la pintura. La coherencia de esta posición es tal que
no resulta fácil hablar de evolución o distinguir etapas en su producción, que
expresa en todo momento su concepción artística sin apenas fisuras o
inflexiones apre-ciables. Instalado de nuevo en Bruselas en 1930, su contacto
con el grupo de París se traduce en colaboraciones como La
violación, obra realizada en 1934 para la
cubierta de ¿Qué es el surrealismo?, de Bretón o la portada para el número diez de Minotauro,
en 1937. Un año antes se celebra
su primera exposición en Nueva York y participa en distintas exposiciones
surrealistas internacionales. La Segunda Guerra Mundial significa un cierto punto
muerto en su carrera ascendente. Al término de la misma ingresa en el Partido
Comunista de Bélgica, donde ya había militado dos veces en la década anterior,
pero las posiciones reaccionarias del partido en materia artística lo apartan
pronto de él. A la vez que prosigue su obra pictórica, reemprende el activismo
surrealista con manifiestos y panfletos en los que sigue colaborando con los
viejos compañeros del grupo surrealista belga, como Nougé, Scutenaire o Marién.
En 1943 y 1948 se registran los dos únicos atisbos de ruptura en el desarrollo
de su obra. Son los conocidos por periodo Renoir y periodo vaché
o grosero; el primero lo integran
unos cuantos cuadros realizados en un estilo matérico y pictoricista, muy
cercanos al estilo de los desnudos femeninos de Renoir en los últimos años de
su carrera; el segundo lo constituyen unas veinticinco obras pintadas de forma
elemental, a grandes brochazos y despreciando la pulida y fría factura
habitual. Apenas se trata, sin embargo, de un paréntesis, y enseguida vuelve
Magritte al inconfundible estilo que hace reconocibles sus telas desde finales
de los años veinte.
IMÁGENES RECURRENTES
La década de los cincuenta está marcada por
distintos encargos de pintura mural y decorativa, como el techo del Teatro Real
de las Galerías de Bruselas o las paredes de la sala de juego del casino de
Knokke-le-Zoute, donde expone con Paul Delvaux en 1952. La gran retrospectiva
del Palacio de Bellas Artes de Bruselas, dos años más tarde, lo consagra como
el pintor moderno más importante de Bélgica. Sigue pintando y colaborando en
revistas y, desde 1957, rueda algunos cortometrajes en los que actúan Georgette
y sus amigos. Hasta su muerte en 1967 las exposiciones internacionales se
multiplican, incluyendo una retrospectiva en el Museo de Arte Moderno de Nueva
York. Las imágenes recurrentes de su obra figuran, sin duda, entre las más
características de todo el arte moderno.
Globus Comunicación
Director: Jose María Faerna García-Bermejo
Redacción: Melania Rebull Trudel
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