La firma en blanco |
Los
niños juegan en el cementerio. Es de día. Desde el cielo llega la energía del
sol. Tras mover unas puertas de hierro, los chicos descienden a las criptas. Se
divierten. Gritan. Corren. Suben una escalera. Tras la ascendente amabilidad de
los peldaños, los niños recuperan la superficie. Recuperan la luz. Antes, no
veían las figuras iluminadas por el día. Lo visible era lo velado. Al recuperar
el afuera recobran lo antes oculto. Y entonces los niños se encuentran con un
pintor. El artista pinta en una calle flanqueada por columnas semiderruidas,
que se alzan entre cúmulos de hojas caídas.
La salida
del no ver hacia lo que siempre está allí
en un despojado mostrarse es una actitud constante en el arte de Magritte.
Actitud que es simbolizada, de manera profética, por sus andanzas infantiles.
Los juegos del pintor belga en el cementerio prefiguraban su futuro oficio: darle visibilidad artística a lo visible
muchas veces no percibido. Una acción que debe ser pensada en su exacta
significación. En el arte surrealista de Magritte, el destino del pincel no es
expresar algo anteriormente velado. No puede exteriorizarse lo escondido o
replegado sobre sí, porque no hay nada oculto. Todo está ahí, mostrándose. La
realidad no se recluye en cámaras subterráneas, en trasfondos disimulados, en
reversos imperceptibles. Lo real es lo
que existe en un continuo mostrarse. La apariencia no oculta la esencia. La
esencia siempre aparece. Esta intuición de lo real como manifestación constante fosforecía
ya en Hegel o Holderlin. Hegel cultivaba la inconmovible creencia: la esencia del ser, que es pensamiento,
Idea, Espíritu Absoluto, se manifiesta por el concepto. La verdad es un
progresivo automanifestarse de la Idea, de lo real que, en su conocimiento
pleno, es el sujeto absoluto que se muestra y sabe totalmente a sí mismo. La
realidad no existe ya realizada en la eternidad. Su primer estado es una universalidad
vacía. Un infinito sin contenidos. En su vaciedad originaria palpita la
potencialidad de lo que debe ser, la prefiguración de un necesario desarrollo
ulterior que lleva al ser de lo vacío indeterminado, lo en sí,
hacia lo pleno y consumado, lo para
sí, lo concreto. En la semilla ya
late la futura planta. Para que el ser realice sus posibilidades necesita
de un tiempo, de un proceso de realización. La realidad se hace a sí misma y
progresa mediante el trabajo negativo del espíritu, mediante las fuerzas de la
negación dialéctica que conserva lo anterior y lo sitúa en un plano más elevado
de desarrollo. En Hegel, la totalidad se autorrealiza a través de la
temporalidad dialéctica del autodesarrollo. En su devenir autorrealizador lo
real se hace cada vez más consciente de sí. La Idea deviene concepto, totalidad
autoconciente que se muestra plenamente a sí misma. El ser, así, se
automanifiesta. No quedan resquicios ocultos, hendiduras sofocadas por algún
enigma irrebasable. No hay oscuridad reacia a la transparencia. No hay lugar
que no sea visto o pensado por el pensamiento.
Lo invisible es sólo un estado de insuficiente percepción de lo visible. Para Magritte lo oculto sólo existe en la
superposición de los objetos que vibran ante el ojo. Una cosa se yuxtapone
con otra. Así una cosa oculta a la otra. La ocultación es sólo la
circunstancial superposición de las cosas. En la yuxtaposición entre los
objetos brota la invisibilidad como carencia o deficiencia, como un no ver lo que está ahí mostrándose.
Esta idea vive en la imagen de Magritte: La gran guerra. Una mujer vestida de blanco sostiene un
paraguas. Sobre ella, fulge un cielo despejado, de vehemente azul. Detrás,
cabrillea la líquida textura del mar. El rostro de la mujer es ocultado por un
ramo de violetas. El rostro sigue siendo una delicada combinación de líneas. El
rostro no se repliega sobre sí. Está abierto hacia el espacio. Pero un ramo de
flores lo oculta. Lo velado deja de ser
algo visible. Circunstancialmente, otro algo lo oculta. Lo invisible es así
la suspensión de lo visible. No su contrario. Por lo que "lo visible puede ser ocultado, pero
lo invisible no oculta nada; puede ser conocido o ignorado, nada más".
Lo oculto no es invisible. Es
visibilidad suspendida. Lo invisible, a su vez, al ser lo visible suspendido
"no oculta nada", no encumbre un espacio sustraído a todo acto de
visión. Este proceso no lo entiende el
ojo. Sólo lo comprende el pensamiento.
A
propósito puntualmente de La gran guerra, Magritte asegura que
"cada cosa que vemos cubre otra, y nos gustaría mucho ver lo que nos
oculta lo visible". Lo que oculta lo visible no es lo invisible sino algo
visible. La producción de invisibilidad mediante la superposición de objetos se
reitera en Firma en Blanco (1965).
Aquí, una mujer cabalga sobre un ágil caballo. La jinete oculta un árbol, y el
árbol la oculta a su vez a ella. "Pero
nuestro intelecto comprende ambas cosas, lo visible y lo invisible. Mi
propósito es hacer visible el pensamiento" (5). El pensamiento sabe que un objeto oculta a
otro. Pero lo ocultado no es en sí mismo invisible porque sigue estando allí.
Mostrándose. Lo invisible es sólo
visibilidad obturada. Detrás del objeto que se superpone, sigue brillando
la visibilidad obliterada de otro objeto, de un paisaje, un rostro. Si viéramos
a través del objeto que oculta, veríamos lo visible que sigue estando presente.
El ojo no puede ver a través de la solidez de un objeto. Pero sí el
pensar. Por eso, Magritte pinta
el pensamiento. Un pensamiento que ve a través de las cosas, lo que se
muestra más allá del ocultamiento de las superposiciones. Así ocurre en El bello mundo (1962). Dos
cortinas cubren un cielo tapizado por blancas nubes. La cortina del centro, de
mayor prominencia, es transparente. Y muestra el cielo y las nubes. En Magritte
el objeto como superficie que oculta da lugar a la transparencia que devuelve a
la visibilidad lo antes ocultado. La transparencia del objeto, la transparencia objetual, es ilusión. No se puede verse a través
de una cosa. Pero esta ilusión nos devuelve una realidad antes visible tras su
ocultamiento. El efecto de trompe-l'oeil amplia
el campo de lo real como estado de continua visibilidad. La transparencia
objetual se repite en La
condición humana. Un caballete de pulcra y rectilínea madera descansa
frente a una arqueada abertura en una pared. Más allá se propaga el cielo, el
mar y una solitaria y uniforme playa amarillenta. El lienzo que descansa sobre
el caballete se confunde con el entorno, lo transparenta. La transparencia hace
visible lo que está detrás. Magritte no pinta así una visibilidad física. Pinta una visibilidad pensada.
Este proceso acontece también en Calcomanía.
A la izquierda se muestra la silueta negra de una figura humana; a la derecha,
se comprimen los pliegues de un manto rojo sobre cuya superficie se superpone
la misma silueta de la izquierda, pero en estado de transparencia, y levemente
alterada por un manto rojo que cae de un hombro. Nuevo ejercicio de
una transparencia objetual, de la figura transparente que deja ver el cielo y
la playa. Detenerse en el efecto incorpóreo de la translúcida silueta no es, a
nuestro entender, la cuestión esencial. Lo principal es el pasaje del cuerpo ocultante a la corporalidad o el objeto que
transparenta o hace visible lo antes obturado.
En La gran familia (1963),
el efecto de transparencia coexiste con la disolución de la certeza sobre lo
que contiene y lo contenido. Un gran pájaro despliega sus alas en el típico
cielo nuboso de Magritte. No sabemos con
precisión si el cielo adquiere la forma de pájaro, o si el ave asume la forma
celeste. En medio de esta indeterminación, la trasparencia se potencia en
un doble movimiento posible: el ave transparente hace visible el perdurable
cielo detrás de su cuerpo, o el cielo se transparenta a sí mismo tras su forma
de pájaro.
La
manifestación de lo visible como atributo pleno de la realidad
ocurre en el El espejo
falso (1965). Un ojo nos mira. Pero aquí, la retina no es
expresión del brillo de una mirada individual. La superficie del ojo muestra lo visto por ese ojo. Vemos así lo
que sólo esos ojos podrían ver en un momento particular. De nuevo lo importante
es un procedimiento que hace ver lo que de otro modo permanecería oculto.
La misión del pintor, y por extensión del arte en general, sería devolvernos la
misteriosa visibilidad de la cosa. Así, el pensamiento sabe que el espacio está
"constituido exclusivamente de figuras visibles".
Magritte piensa desde un pensamiento que
necesita unir el concepto con la imagen de las cosas. Aquí nos hallamos en
las antípodas de un pensar puro sin objeto. Del pensar parmenídeo de la pura
razón que sólo se ve a sí mismo en la abstracción de conceptos ajenos al bello
temblor de las cosas físicas. El pensamiento que necesita de la imagen cumple
un sueño romántico: la compenetración de la sensación y el concepto, la
imaginación y el intelecto. El pensar a través de la imagen en
Magritte sería así continuación del camino de la síntesis romántica de
Schiller, del francfurtiano Marcuse, del heideggeriano comprender la producción
de un mundo a través de los zapatos pintados por Van Gogh; o incluso del primer
programa del idealismo alemán.
La imagen no elimina el pensamiento. Por
el contrario, lo realiza. El pensamiento que se consuma mediante lo visual
es lo que acontece en Las meninas de Velázquez. Así lo
entiende Foucault en su interpretación de la obra máxima del genio sevillano en
el comienzo de las palabras y las cosas.
PRESENTACIÓN
René
Magritte nació en 1898 en Lessines, Bélgica, y murio en 1967. Su genio ejerció
una innegable influencia en el horizonte artístico del siglo XX. Su estética
posee una fuerte impronta surrealista. Pero su aporte a la corriente iniciada
por André Breton tuvo rasgos propios. Magritte intentó despertar la atención respecto a las cosas visibles y su relación con la invisibilidad. Las cosas no son
únicamente lo que está allí; son también
vehículos o instrumentos de una acción pensante. El pensamiento, según Magritte
se nutre de imágenes o más exactamente la imagen es lo que hace visible el
pensamiento. El hacer visible lo invisible
es la gran misión de la creación artística. En este item de Galerías de
arte en Temakel, nos acercamos a Magritte para explorar y subrayar ese vínculo entre imagen y pensamiento. Por
eso, en el ensayo que sigue a continuación se destaca el vínculo entre la obra
del artista belga y las filosofías de Foucault y Hegel. Foucault se interesó
vivamente por el Magrtite que funda
relaciones no de semejanza o representación sino de similitudes entre los
objetos y las imágenes. En este contexto analiza el célebre cuadro que nos
presenta la imagen de una pipa acompañado por una aclaración al pie: "esto
no es una pipa". El vínculo con Foucault se extiende también a su
análisis de Las Meninas de Velázquez y las observaciones de
Magritte sobre este análisis a través de una carta de respuesta al envío de un
ejemplar de Las palabras y las cosas. La relación con Hegel se relaciona con la creencia de que lo real
siempre se manifiesta plenamente. No
existe diferencia entre la apariencia (lo visible) y la esencia (lo
irreductiblemente oculto). Lo real siempre se muestra, deviene fenómeno. Y lo
invisible no tiene existencia en sí, sino que nace de su relación con lo
visible. La invisibilidad es efecto de la superposición de los objetos.
Luego del ensayo, encontrarán una galería que presenta varias de las obras
esenciales del maestro del pensamiento visible.
Esteban Ierardo
El bello mundo |
El falso espejo |
Calcomanía |
La condición humana |
La gran familia |
La gran guerra |
Creo que es un artículo muy sólido y claro en las ideas que expone. Me interesaría consultar las fuentes bibliográficas de Esteban Ierardo. También quisiera saber si esta nota está publicada en algún medio distinto del blog para citarla. Muchas gracias.
ResponderEliminarUn post genial Adeodo, me ha encantado las propuestas que has publicado, enhorabuena y a seguir así. Un saludo desde nuestra agencia de posicionamiento web seo
ResponderEliminar