Otoño II - 1912
Paseo
en barca, 1910.
El tema de la barca y
los remeros se repite con frecuencia en estos años en los que Kandinsky ronda
persistentemente el salto a la abstracción absoluta como trasunto de ese viaje
a la tierra desconocida de la nueva pintura. Los remeros se adentran en aguas
ignotas en un viaje iniciático hacia la "mirada interior" que el
artista no dejará nunca de perseguir. Las sombras en primer plano y la luz
crepuscular al fondo tienen también una dimensión simbólica en este cuadro, casi
un emblema de la propuesta artística de Kandinsky en esta época.
Improvisación
XIX, 1911.
La desconexión entre
las esquemáticas figuras humanas, transcritas mediante someros trazos negros, y
el fondo del cuadro -una variación suavemente modulada de todas las tonalidades
del azul y un cálido borde rojo acompañado con toques amarillos y verdes-,
permite hablar de dos estructuras independientes, casi sin conexión entre sí.
La naturaleza armónica y musical del acorde de color sería igualmente
inteligible si no existiera el apunte figurativo. La débil presencia de lo
representativo es apenas un ancla para el espectador, una manera de subrayar la
tensión establecida en los bordes del cuadro.
Fiesta
de Todos los Santos I, 1911.
En ese mismo año
Kandinsky hace una versión figurativa del mismo cuadro, que aquí sólo refleja
su estructura cromática. Los planos de color se inter penetran en un magma de
tensiones direccionales sin jerarquización ninguna.
Otoño
II, 1912.
La tenue diagonal que
atraviesa el cuadro por su parte inferior produce una imagen especular, como si
el diluido paisaje de suaves tonos otoñales se reflejara en las aguas quietas
de un lago. El otoño es así la clave luminosa del cuadro, la referencia que,
como en la música,
toma la escala cromática
del mismo.
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