Todos los procedimientos retóricos traídos a colación por Magritte en
sus cuadros se resumen al fin en una reflexión sobre la presencia y la ausencia
de las cosas. Esas cualidades elementales no están en los objetos mismos, sino
en su interacción con los demás y con nosotros mismos. Esa sutil trama
invisible -es decir, ideal- es el teatro de operaciones del pintor belga, la
pieza permanentemente instalada en su punto de mira. "Para mí -escribió
una vez- la concepción de un cuadro es una idea de una o varias o cosas que
pueden hacerse visibles mediante mi pintura... La idea no es visible en el
cuadro: una idea no puede verse con los ojos". La pintura, en cambio, sí
puede utilizar, hacer visible la ausencia de un objeto; al menos la pintura
conceptual que a Magritte le interesa. Sus cuadros son hipótesis problemáticas
de la realidad; evidencian el misterio, no lo resuelven. Por eso Magritte evitó
siempre los títulos descriptivos o explicativos: "los títulos han de ser
una protección suplementaria que desaliente cualquier tentativa de reducir la
verdadera poesía a un juego sin consecuencias".
La bañista, 1923
La plana estilización lineal y geométrica de esta obra temprana delata
la influencia de Delaunay y los futuristas, borrada de la pintura de Magritte
con la llegada del surrealismo.
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La respuesta imprevista, 1933
Según la descripción del propio pintor, el cuadro muestra “una puerta
cerrada en un apartamento en el que un agujero informe revela la noche”.
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La perspectiva amorosa, 1935
De nuevo el problema de la puerta y el agujero como rastro ausente de su
carácter mediador. Aquí el exterior se ilumina, mostrando un árbol-hoja.
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La amable verdad, 1966
Otra modalidad de pintura de segundo grado, en la que se pinta algo que
ya está pintado, con la consiguiente reflexión sobre las cualidades de la
visión.
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